Intensamente 2, la película animada de Pixar que se ha convertido en la más taquillera de la historia con 1.500 millones de dólares recaudados, superando el rutilante éxito de Frozen, tiene un mérito aún más trascendente, además de hermoso: reencontró a padres e hijos en las salas de cines de todo el mundo. En ellas hemos visto a niños pequeños, y por montones, pero también a adolescentes e incluso a adultos jóvenes que de la mano de sus papás o mamás, algo bastante inusual a sus edades, decidieron ir juntos a ver la secuela o la continuación de la historia de Riley, a quien conocieron hace casi una década, en 2015, cuando tenía 11 años. Ahora es una chica de 13 que se adentra en el universo de emociones más fuertes, algo que ellos también han vivido.

Como si calcara una de las trepidantes escenas de la película, que se desarrolla principalmente en el cerebro de Riley, los rostros de los espectadores dan cuenta de la vertiginosa montaña rusa de sentimientos o estados de ánimo que experimentan en la medida en que, sin temor a equivocarme, se identifican o se sienten interpelados por el vívido relato de las emociones que les devuelve la pantalla. Ahí están las que conocimos en la primera película: Alegría, Tristeza, Ira, Asco y Miedo. También, las que desembarcan en el centro de control o cuartel general ahora que la niña se hizo más grande: Envidia, Vergüenza, Aburrimiento, conocida como Ennui, y Ansiedad.

Quienes tenemos hijos, en especial adolescentes, sabemos que cada una de ellas, unas más que otras, hacen parte del día a día de esos seres tan amados como desafiantes a los que debemos acompañar con especial cuidado, ahora que su infancia quedó atrás y aceleran el paso hacia una frontera desconocida que los instalará definitivamente en la vida adulta en un futuro no tan lejano. Si parece que fue ayer cuando los abrazábamos para calmar su llanto, también el nuestro, en la butaca del cine porque había llegado el momento de decir adiós para siempre a Bing Bong, el elefante rosa, amigo imaginario de Riley, que se negaba a ser olvidado, en la primera película.

Aceptar el destino es parte esencial de crecer. Indudablemente, muchas cosas se pierden, otras se ganan, en ese irremediable tránsito de hacernos mayores. En el sinuoso camino que cada persona recorrerá, con más o menos aciertos, porque nadie tiene un manual debajo del brazo que le asegure perfección, lo que nunca deberíamos dejar atrás son los aprendizajes emocionales que nos han sido útiles para construir o dar forma a nuestra personalidad e identidad propia.

Si en la primera parte de la historia de Riley, Tristeza fue la emoción clave para que entendiera los cambios importantes que se producían en su niñez, en la secuela de su historia de vida, ahora siendo una adolescente, Ansiedad es la que le disputa protagonismo a Alegría. Su antagonismo en el cada vez más sofisticado cerebro de la chica alcanza tal caos que en una escena memorable de la cinta, cuando todo parece perdido, esta última lanza una frase que parece resumir aquello de hacerse mayor: “A lo mejor esto es lo que sucede cuando creces, que sientes menos alegría”.

Quizás por descuido, torpeza u otras razones, los adultos excluimos esta emoción de nuestra cotidianidad haciéndonos la vida mucho más difícil de lo que ya es. No basta con evitarlo, también debemos ejercitar el manejo de nuestras emociones para saber cómo regularlas. Es lo que se conoce como inteligencia emocional, que requiere “entrenar el cerebro desde tempranas edades para desarrollar habilidades y hábitos que fortalezcan las capacidades de aprender a reconocer, a manejar y a utilizar efectivamente las emociones propias y las de los demás”, como asegura el neurólogo Leonardo Palacios, profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad del Rosario.

Cuidar la salud mental no puede ser un lujo ni el privilegio de unos cuantos, sino una prioridad, en particular si se trata de adolescentes. Que estos sepan identificar las emociones que comienzan a experimentar, así como los malestares que de ellas surgen, no solo les permitirá encontrar con padres, familia, profesores o amigos fórmulas para superarlos, también les servirá para construir autoestima y ganar aceptación social. Sus cambios neurológicos, hormonales y emocionales son tan intensos que a ellos los superan y a nosotros nos cuesta mucho entenderlos.

Somos millones a los que la fascinante historia de Riley nos representa, de ahí su éxito global, que valdría la pena se refrendara con una tercera entrega en la que nuestra niña explorara nuevas emociones. La lista es larga, aún le queda mucho por aprender, y la verdad, a nosotros también.