No es un equipo cualquiera. El genial escritor y periodista Álvaro Cepeda Samudio (1926- 1972) lo definió de forma contundente: “Es la querida de Barranquilla”. Juan Gossaín, otro inspirado soldado de las letras y legendario comunicador del Caribe, se extendió un poco más, pero fue igual de acertado al explicar lo que representa la divisa rojiblanca para sus seguidores.
“El juniorismo es un estado del alma. Una manera de ser. Una actitud ante la vida. Una posición frente a las crudezas del mundo. El día en que Junior pierde, como si fuera una fatalidad del destino, se va la luz en Barranquilla; si el equipo hace agua en el campeonato, la ciudad amanece inundada por los arroyos, aunque sea verano. Es fácil adivinar, por lo contrario, que el Junior ha ganado, sin necesidad de oír el estropicio que forman los comentaristas radiales, porque el lunes sale el sol más temprano y hasta el sepulturero del cementerio de Calancala tiene una sonrisa de triunfador pintada en la cara”, redactó Gossaín en un aparte de una célebre columna publicada en la revista Diners en 2012.
Este equipo que doña Micaela Lavalle creó “debajo de un puente de aguas pluviales, en la Calle de las Vacas (30) con carrera Buen Retiro (32)”, según la descripción del valioso libro ‘Junior: una historia de diamantes’, de Ahmed Aguirre Acuña, se convirtió en una pasión que late en cada rincón de Barranquilla y la Costa. En un admirado y seguido gigante que ya tiene 100 años de edad, miles de historias y muchos caminos por recorrer, sobre todo a nivel internacional.
La escuadra que nació para que un grupo de niños, adolescentes y jóvenes (entre quienes figuraban Juan, Marco y Gabriel ‘Vigorón’ Mejía, tres de los ocho hijos de doña Micaela) pudieran continuar la práctica del fútbol a un nivel más competitivo, ya es un centenario que detona una explosión de júbilo con sus triunfos o sumerge en la tristeza a la ciudad y a toda una región con sus derrotas.
Un día como hoy, 7 de agosto de 1924, surgió el símbolo que como el Carnaval es capaz de volverse un punto de encuentro para personas de todos los estratos sociales, razas y religiones.
Junior, al igual que nuestra gran fiesta, es un emblema de la identidad barranquillera y costeña, que refleja el espíritu festivo y luchador de la región a través de los grandes momentos de su rica historia deportiva.
Los fracasos y éxitos del Junior sirven de inspiración y fuente de orgullo para los jóvenes de Barranquilla y la Costa Caribe. El club ha demostrado ser una fuente inagotable de motivación para las nuevas generaciones, enseñándoles el valor del esfuerzo y la perseverancia.
Eso en medio de toda la economía que se mueve a su alrededor de forma directa e indirecta.
Desde sus modestos comienzos en 1924, en la época del fútbol aficionado, hasta estos días en los que se mueve seguro con el respaldo de la familia Char, en cabeza de don Fuad, el Junior de Barranquilla ha trascendido las barreras y se ha ganado a pulso un lugar entre los grandes equipos de este país.
Entre buenas y malas, genera orgullo y amor propio al Caribe, que hoy celebra y palpita con su cumpleaños número 100.
Comprensible la relevancia que se le da al club porque, con aciertos y virtudes (así es el deporte, de luces y sombras), ha logrado meterse en el corazón de sus seguidores y afianzarse como un indiscutible símbolo de identidad costeña.