Atlántico tiene un nuevo referente tur í stico de post al i n m a n c a b l e . E s e l C e n t r o Gastronómico Internacional Muelle 1888, ubicado en inmediaciones del Malecón del Mar y la plaza Francisco Javier Cisneros, en el municipio costero de Puerto Colombia. Referirse a él como una obra de infraestructura de estilo antillano con una línea naval que evoca la época colonial europea, extendida en casi 7 mil metros cuadrados frente a la playa, con restaurantes que rinden tributo a los migrantes que a finales del siglo 19 y principios del 20 ingresaron al país por ese enclave geográfico, dotado además de áreas comerciales para los visitantes, sería una afrenta a su sobrecogedora belleza enmarcada en la inmensidad del mar Caribe que se pierde en el horizonte.
Por su singularidad, y sin temor a equivocarnos, Muelle 1888 se consolidará en un abrir y cerrar de ojos como un punto de encuentro único para disfrutar de experiencias sensoriales que no estarán reservadas solo para los habitantes del Atlántico o del resto de Colombia. De lejos, este espacio gastronómico, de alcance cultural e histórico y talla internacional, atraerá visitantes del mundo entero, sobre todo a los amantes de destinos de sol y playa que si se marchan satisfechos no dudarán en volver con familia y amigos. En el arranque, más de 10 mil personas lo recorrieron y, aún mejor, los seis locales, de un total de 18, que ya funcionan reportaron ventas importantes.
Este es, sin duda, el futuro del Atlántico turístico. Las proyecciones económicas de Muelle 1888 son espectaculares. La apertura de sus cocinas internacionales y demás locales aumentará 33 % la presencia de visitantes en Puerto, lo que dará una nueva vida a su sector gastronómico, al comercio y a los servicios de hospedaje y transporte, según el gerente de Plazas y Parques de la Gobernación del Atlántico, Jorge Ávila, mientras la secretaria de Desarrollo Económico, Marisabella Romero, anticipa que las ventas estimadas alcanzarán unos $19 mil millones anuales.
Llegar hasta este punto de ver coronada una obra de semejante magnitud en Puerto no fue una tarea sencilla. Requirió de una inversión cuantiosa de casi $38 mil millones y, en especial, de una articulación virtuosa, de una continuidad en aras del bien común, entre gobiernos departamentales. Lo que ahora es Muelle 1888 se concibió como parte del proyecto de desarrollo turístico del municipio durante la segunda administración de Eduardo Verano, luego tuvo el impulso vehemente con responsabilidad financiera de la exgobernadora Elsa Noguera hasta hacerlo una realidad y ahora es entregado por su predecesor, en esta etapa de su tercer mandato.
Lecciones de buen gobierno o motivos de reflexión profunda que deberían incorporarse a la gestión pública para tratar de conjurar el tan común síndrome de Adán de nuestros gobernantes que movidos por su ego pretenden comenzar desde cero, desconociendo el quehacer positivo de quienes los antecedieron en el cargo. Dar continuidad a iniciativas cruciales resulta necesario.
En esta etapa de crecimiento económico del Atlántico, luego de percibir las ventajas del turismo en Barranquilla y municipios, desde generación de empleo hasta creación de empresas, pasando por la puesta en marcha de emprendimientos, el sector debe reforzar su apuesta para trabajar en impulsar y gestionar nuevos proyectos de desarrollo turístico que sean ambiental y socialmente sostenibles. Frente a estos derroteros no puede haber vuelta atrás. Tiene que seguir siendo una meta compartida entre los gobiernos territoriales, el sector privado y, en especial, las comunidades locales a las que con responsabilidad, compromiso y visión de futuro les corresponde esforzarse para elevar la calidad de su modelo productivo y, a la vez, de sus ingresos que traerán consigo un mejor nivel de vida para todos. Esa debería ser su prioridad indeclinable.
La puesta de largo o presentación de Muelle 1888 a los visitantes fue desafiante. Un sinnúmero de personas lo recorrieron, confirmando las expectativas, entre otras la del gobernador Eduardo Verano, quien pronosticó una “explosión turística”. Aún se precisan de adecuaciones en los restaurantes o equipamientos indispensables, como parqueaderos, que harán mucha más falta cuando funcione Sazón Atlántico, otro centro gastronómico, pero de cocina típica en esa zona.
Lo dicho, no hace falta ser Nostradamus para vaticinar que sitios tan excepcionales están llamados a ser las locomotoras de la economía local, pero no a cualquier precio. Se requiere de una gestión planificada que ordene la demanda de nuestra oferta turística para evitar morir de éxito.