La muerte de Hasán Nasralá en bombardeos israelíes a Beirut no solo es de lejos el golpe más fuerte que ha recibido el grupo terrorista Hezbolá en años, sino también un punto de inflexión en la configuración de poderes y el rumbo de la crisis en Oriente Medio y Próximo.

Su deceso, que se produjo junto al de una veintena de otros altos mandos, tensó las cuerdas al límite en la región, donde cientos de miles de personas no solo lo veían como el máximo líder de Hezbolá, sino también como una de las voces fuertes de la causa, que logró convertir lo que era una pequeña milicia local en lo que se podría considerar la fuerza militar no estatal más poderosa del mundo, además con un enorme arsenal resguardado bajo tierra y listo para usarse.

Este es el segundo golpe a las entrañas de Hezbolá, el primero fue precisamente en julio con la muerte también en bombardeos del jefe militar chií Fuad Shukur, en Beirut, quien fungía como mano derecha de Nasralá. No en vano se ha acrecentado la preocupación por el sucesor de Nasralá, cuya ausencia deja severamente diezmada a la organización, tanto en reputación como en capacidad, como lo señalan distintos expertos, quienes además coinciden en que en el momento no hay un personaje tan respetado y relevante como lo era Nasralá.

La influencia y el mando que tenía, incluso en países como Irán, no será fácil de reemplazar. El ayatolá Alí Jamenei, líder supremo del país, lo consideraba más que un aliado en su lucha contra Occidente, al punto de decretar cinco días de luto por su fallecimiento y prometer “venganza” por lo que considera un “crimen de guerra”, amenaza que escala el conflicto a otro nivel sin precedentes, pues Irán había decidido evitar una confrontación directa, pero ahora se encuentra frente al dilema de si mantenerse a raya o reafirmar su credibilidad ante sus socios.

En ese panorama, las flechas apuntaban hacia Hasem Safieddine, jefe del consejo ejecutivo de Hezbolá y primo de Nasralá, quien por años se ha encargado de supervisar el ambiente político del grupo, al tiempo que forma parte del Consejo Jihad, gestor de las operaciones militares de la agrupación. No obstante, la cúpula se decantó finalmente por el clérigo Hashem Safi al Din, jefe del Consejo Ejecutivo del grupo chií, también primo materno de Nasralá, y quien ha estado cerca de la cúpula de Hezbolá desde 1995 como miembro del Consejo de la Shura de la formación (órgano consultivo).

Como la mayoría de los altos cargos de Hezbolá –organización considerada terrorista por Israel y Estados Unidos, pero no por la Unión Europea, que únicamente considera terrorista a su brazo armado–, en 2017 Safi al Din fue designado terrorista por el Gobierno estadounidense por ser “un miembro clave” del grupo, según una nota publicada entonces por el Departamento de Estado.

Safi al Din deberá lidiar con la baja moral del grupo terrorista y sus seguidores, que ya venía impactada por la pérdida de importantes figuras en los constantes bombardeos perpetrados por Israel, que a su vez develaron el grado de vulnerabilidad en el que se encuentra Hezbolá.

Una transición rápida seguramente irá ligada a sus esfuerzos por mostrarse como una parte sólida de lo que se conoce como el “Eje de la resistencia”, una red impulsada por Irán que está principalmente en contra de Israel y Estados Unidos y conformada, además del grupo chií libanés, por Siria, Pakistán, Afganistán, Hamás en los territorios palestinos, los hutíes en Yemen y las milicias chiitas en Irak.

No obstante, la preocupación también surge por el lado de Israel, pues la próxima movida de Benjamín Netanyahu y sus altos mandos podría ser definitiva para desviar el curso de la guerra. Con ello se definirá la acción incluso de potencias como Estados Unidos, que con Joe Biden y Kamala Harris ya ha dejado claro que seguirá financiando a Israel y consideran una “medida de justicia” la muerte de Nasralá; y por el otro lado de Rusia, que condenó tajantemente el bombardeo y sigue tras bambalinas apoyando a sus aliados de Oriente Medio.

Aventurarse a descifrar un panorama en este momento es imposible, y solo resta confiar en que ambas partes medirán, como lo dijo esta semana el primer ministro libanés, Najib Mikati, que la única solución a las tensiones regionales es la diplomacia. “El Líbano tiene fe en la comunidad internacional, en la legitimidad internacional y en la ONU, y no cree en la ley del más fuerte”, declaró. Así, el llamado de Irán a una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU debe ser tenido en cuenta para para avanzar hacia el desescalamiento del conflicto.