La Conferencia de las Partes sobre Biodiversidad, conocida como COP16, que comienza este lunes en Cali, se convierte en una nueva oportunidad para que la humanidad haga las paces con la naturaleza. Esta expresión que, además, es el lema de la cumbre liderada por la ONU, convoca a una reflexión colectiva, también a una urgente acción climática que sea tan determinante como definitiva para dar respuesta a la emergencia que afronta nuestro planeta, ad portas de una catástrofe global que no da más espera. La razón es simple: no existe Plan B y se agota el tiempo.

Bajo esas premisas, delegados de 196 países no solo debatirán, sino que principalmente negociarán durante los próximos 12 días los términos para aplicar de manera completa y efectiva el Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal acordado en 2022, en el anterior encuentro, la COP15. Esta hoja de ruta estableció 23 metas para detener y revertir la pérdida de la biodiversidad para 2030, considerada por los científicos como la fecha límite o el plazo máximo para salvar al planeta de lo más parecido a una debacle, ahora que ya estamos en zona de peligro.

Como los hechos nos lo demuestran a diario, al igual que lo hacen con evidencias irrebatibles los desoladores informes científicos que conocemos cada cierto tiempo, ecosistemas relevantes para la biodiversidad y el equilibrio climático, como selvas tropicales y humedales, entre otros, se están degradando de forma acelerada, en gran medida por la devastadora acción del hombre.

Resulta desolador constatar cómo la naturaleza agoniza ante nuestros ojos por esta guerra suicida en su contra sin que se materialicen los compromisos pactados, incluso por consenso pleno en citas anteriores. En líneas generales los esfuerzos apenas son mínimos, bien sea por la falta de voluntad real de algunas naciones para asumirlos o por actitudes irresponsables de otras, generalmente de las economías globales más poderosas, pese a contar con medios para hacerlo.

¿Qué es, entonces, lo prioritario? Urge avanzar en la protección o conservación de por lo menos el 30 % de las zonas terrestres, marinas y costeras del mundo, restaurar el 20 % de los ecosistemas de agua dulce, marinos y terrestres que se encuentran degradados y reducir todo lo que sea posible el impacto del cambio climático o calentamiento global en la diversidad biológica, aportando a la mitigación, adaptación y resiliencia mediante soluciones basadas en la naturaleza.

En paralelo, concertar la financiación de esas metas climáticas es uno de los puntos álgidos de la COP16, como ha reconocido su presidenta, la ministra de Ambiente, Susana Muhamad. Y lo es porque se requiere de mucha ambición, además de estrategia de diálogo, para movilizar recursos significativos de todas las fuentes financieras hacia el Fondo del Marco Global de Biodiversidad. Algunas voces hablan de aumentar en 200 mil millones de dólares la recaudación destinada a tratar de detener la continua pérdida de la biodiversidad global, una amenaza para la humanidad.

Otros asuntos centrales de la COP16, que pondrán a prueba la capacidad de negociación de las delegaciones para pactar los pasos a seguir en esta ardua lucha por salvar el planeta son la revisión de metas cumplidas para evaluar progresos y el establecimiento de un marco de acceso a beneficios de cadenas genéticas digitalizadas y recursos genéticos, ante el que se plantea un mecanismo multilateral para su distribución, con garantías legales para proveedores y usuarios.

En nuestro contexto particular, la COP16 es una ocasión propicia para acelerar la implementación del Acuerdo de Escazú que otorga estándares jurídicos de protección a los líderes ambientales de nuestro país, que ostenta el deshonroso récord de ser el más letal para su labor en el mundo. También debe ser el camino para insistir en acciones de restauración y conservación en el Atlántico y el Caribe, en especial en sus cuerpos de agua, manglares y bosques secos tropicales, sumando los saberes ancestrales de sus comunidades indígenas, afrocolombianas y territoriales.

Sí, es mucho trabajo. Lo que se aspira a cerrar en Cali es un acuerdo histórico que encare de forma decidida la incuestionable crisis de biodiversidad, generando conciencia, pero sobre todo transformando nuestra relación con la naturaleza, a título personal y colectivo. Pese a las tensiones de una negociación difícil, que no se pierda el optimismo ni el nivel de autoexigencia, porque, al fin y al cabo, es la vida misma la que está en juego, un reto que a todos nos compete.