Si bien la atención general de las elecciones del 5 de noviembre se concentra en la posible llegada de la demócrata Kamala Harris o el republicano Donald Trump a la Casa Blanca, la otra contienda que se definirá en las urnas –de igual o mayor trascendencia– es la de elegir la nueva composición del Congreso, una de las instituciones más poderosas y claves dentro del sistema político de Estados Unidos.

Sus miembros no solo tienen en sus manos la creación y aprobación de las leyes del país, sino que son un importante contrapeso al poder Ejecutivo en cabeza del presidente, por lo que actúan de reguladores, de estabilizadores o de intercesores cuando el mandatario no puede, no quiere o no logra poner por encima de sus intereses los derechos de los estadounidenses consignados en su Carta Magna.

Así mismo, ambas cámaras tienen la responsabilidad de velar por cuestiones de presupuesto, reformas, posturas en crisis políticas de carácter internacional y el nombramiento de oficiales de alto nivel, así como otras tareas específicas que se definen gracias a los 100 miembros del Senado, conformado por dos representantes de cada estado, y los 435 de la Cámara de Representantes, cada uno elegido por un distrito dentro de los estados del país.

Un tercio del Senado (34 escaños) y la totalidad de la Cámara de Representantes deberá seleccionarse y, como si fuese un espejo de lo que está sucediendo en los comicios presidenciales, hasta el momento la carrera parece igual de reñida para los republicanos y los demócratas. Tanto así que distintos analistas coinciden en que por primera vez podría presentarse el inédito escenario de inversión de las mayorías en ambas cámaras.

Hoy en día el Senado es controlado por los demócratas –por un estrecho margen–, a la par que la Cámara de Representantes cuenta con una mayoría republicana –también por corta diferencia–, lo que quiere decir que el 5 de noviembre, si Trump gana las elecciones, la cámara alta podría pasar a manos republicanas y la cámara baja a manos demócratas. Esto se daría gracias al rol de desempate que tiene el vicepresidente de Estados Unidos, que en este caso sería el conservador James David Vance, y quien podría otorgarles el escaño que necesitarían los republicanos.

El otro escenario, en el que Harris se hace a la presidencia, significaría en cambio dos escaños más para los demócratas y mantener así el control de los estados en los que ya vencieron en las elecciones de noviembre de 2020.

No obstante, la ecuación no es tan simple como parece, pues específicamente para los demócratas la tarea es mucho más desafiante en el mapa electoral, en el que deben defender el control de 23 escaños, en contraste con sus contrincantes que solo deben proteger 11, que además son, por tradición, de su control.

En cambio, los rojos se la juegan en estados bisagra o péndulo, como se les conoce, en los que la inclinación política puede variar dependiendo de la campaña que se haga, entre otros factores. Así mismo, para hacerse a la Cámara de Representantes los demócratas solo requieren ganar cuatro escaños más de los que ostentan hasta el momento.

Así las cosas, y con las cartas echadas, la carrera está en Senado por los estados con mayor probabilidad de sumar a rojos o azules, como es el caso de Virginia Occidental, Montana, Ohio, Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Nevada y Arizona. Ni hablar de Florida y Texas, en los que el voto inmigrante será definitivo para una victoria. En Cámara, distritos de California, Texas y Nueva York auguran batallas igualmente reñidas.

En el caso de una victoria azul, significaría para Trump mayor libertad para avanzar en su agenda de gobierno y revertir políticas de la administración de Joe Biden, con un enfoque más radical e impacto en temas álgidos como la salud, las armas, la inmigración y la política internacional. Lo que podría ser frenado por la Cámara de no lograr los escaños.

En cambio, en el caso de un ascenso rojo, con el control de ambas cámaras, pero con estrechos márgenes, Harris enfrentaría un período confrontacional con el poder Legislativo en el que el bloqueo constante a sus políticas sería el pan de cada día, ralentizando o incluso estancando temas bandera de la campaña de la candidata como salud reproductiva, cambio climático y derechos civiles.

En cualquier caso se viene la recta final de una dura batalla política que requiere del voto no solo hacia los candidatos, sino hacia el organismo que más allá de un presidente definirá la estabilidad de una potencia cuyo presente y futuro político es clave en el panorama internacional.