Final de infarto en Estados Unidos. La crucial elección de este martes 5 de noviembre, entre la demócrata Kamala Harris y el republicano Donald Trump, definirá el cabeza a cabeza más reñido en la historia política de ese país.

No es gratuito ni casual que así sea. La economía más poderosa del planeta afronta un momento de máxima tensión, también de incertidumbre, como consecuencia de una álgida campaña plagada de mentiras, noticias falsas, descalificaciones personales, controversias, y propuestas vacuas que no lograron convencer a votantes indecisos.

Pase lo que pase, el terreno minado en el que se ha convertido la política norteamericana vaticina un desenlace postelectoral impredecible, con riesgo de desencadenar una crisis institucional que podría tardar semanas, inclusive meses.

Antecedentes recientes, a partir de los hechos de 2016 y los de hace cuatro años, con un Trump radicalizado que no aceptó su derrota en las urnas, acrecientan los temores de una confrontación aún más despiadada que la de la recta final de la campaña. O, aún peor, no se descarta que el país afronte nuevamente una encarnizada disputa legal en los tribunales con el potencial de ahondar aún más los daños derivados de la polarización.

Kamala Harris y Donald Trump tienen visiones tan dispares de inamovibles asuntos que en mayor o menor medida interesan a los votantes, economía, seguridad, migración, salud, justicia, libertades y derechos, inteligencia artificial, conflictos internacionales, cambio climático, democracia o globalización, que quien gane las elecciones marcará el rumbo no solo de su nación, también el del resto del planeta.

A pesar de que la histórica hegemonía de Estados Unidos en el orden internacional esté cediendo ante el imparable avance de un nuevo mundo multipolar, el resultado de sus comicios sigue siendo una prioridad global. Lo que allí suceda lo impactará todo.

Si Trump vence es porque los electores lo votaron, más allá de sus consabidas referencias racistas o misóginas, de su incorregible tendencia a engañar o a decir mentiras para esparcir odio en redes, de su desprecio a la democracia, de su irremediable negacionismo sobre el cambio climático, de su credo nacionalista, unilateral y aislacionista o de su talante autoritario que lo identifica con autócratas y caudillos, de la talla de Vladimir Putin.

Su victoria, frente a la que se anuncia –según sus palabras- como un “dictador” en el primer día de Gobierno, cuando cerrará la frontera y perforará sin parar para buscar petróleo, podría arrastrar al país al borde del abismo.

Lo que algunos prevén es que Trump, condenado por 34 delitos de falsificación de registros comerciales, pendiente de otro juicio por los violentos desmanes que instigó en el Capitolio, abrirá una revanchista caja de Pandora para vengarse de quienes considera como su “enemigo interior”.

Y son muchos: políticos, jueces, fiscales, periodistas...Nadie duda que, rodeado de sus fanatizadas huestes, intentará reformarlo todo a su imagen y semejanza para materializar el Proyecto de Transición Presidencial 2025, que viene a ser la refundación republicana de EE. UU.

Si Trump pierde, escenario que no está en ninguno de sus cálculos, lo cual es un exabrupto en democracia -un candidato que no acepta la derrota o que desconoce la victoria de su adversario-, se podría desatar un conflicto apocalíptico.

Nadie duda tampoco que el republicano movilizará a su ejército de observadores para denunciar, impugnar y hacer todo el ruido que haga falta, vía X, la red de su incondicional aliado, Elon Musk, con el propósito de incendiar y generar un gran caos. ¿Alguien podrá evitarlo? A esta altura, difícil anticiparlo, una de las tantas incógnitas de esta elección, donde todas las miradas vuelven a estar en siete estados bisagras con empate técnico.

Si Kamala gana los interrogantes también abundan. Sin duda, su figura logró recomponerse, además de inspirar a su partido que se sabía derrotado ante Trump si Biden lo enfrentaba. Pero el estilo de gobierno de la vicepresidenta, a la que no se le atribuyen grandes aciertos en su gestión, resulta otra incógnita por dilucidar.

Al final, lo que podría ocurrir, como estiman algunos, es que Harris sea un Biden 2.0, con una mirada más fresca o renovada en temas determinantes.

En Colombia no podemos más que esperar el desenlace electoral para conocer cuál será el futuro de nuestra relación ahora que el Ejecutivo y congresistas de Estados Unidos parecen distanciarse de la política bipartidista que históricamente hemos tenido. Amanecerá y veremos.