Donald Trump volverá a la Casa Blanca convertido en un huracán. El magnate republicano, de 78 años, elegido por los ciudadanos de Estados Unidos como su presidente número 47, obtuvo una victoria incontestable: ganó el voto popular, alcanzó 295 votos electorales, venció en casi todos los decisivos estados bisagra y su partido logró mayoría en el Senado y la Cámara. Su poder e influencia en distintos escenarios, incluida la Corte Suprema de Justicia, de evidente tendencia conservadora, será rotundo a partir del 20 de enero de 2025, cuando tome posesión del cargo.
¿Cómo consiguió un triunfo tan contundente que ni las encuestas, en el país que mejor las hace, ni los más avezados analistas vieron venir? Trump supo leer los profundos cambios que ha experimentado la política estadounidense en los últimos años, así que se dedicó a ganar los votos que no aparecían en ninguna quiniela. Y, sin duda, también le hizo el juego a la desinformación.
Economía y migración, dos temas cruciales que al final le sirvieron en bandeja la victoria al multimillonario empresario, en quien las mayorías confían para resolver los asuntos que a diario golpean el bolsillo: inflación, desempleo y disminución del poder adquisitivo. Y aunque los malos indicadores económicos pospandemia han evolucionado favorablemente, la clase media no lo percibe así, siente que se estancaron y que la administración Biden no fue diligente para solventarlo.
Trump, un maestro en amplificar el discurso del miedo para venderse como el único capaz de retomar el control, resultó imbatible en sus promesas de hacer crecer la economía mucho más de lo que hace ahora, con una férrea política de proteccionismo comercial, y de reducir la desocupación al máximo. Puso en el centro del debate electoral las frustraciones o temores de los trabajadores para atraer el voto de la clase obrera blanca, de los jóvenes afrodescendientes y de los latinos, sobre todo hombres, que lo ven como prenda de garantía de su sueño americano.
Paradoja que retrata a cabalidad la prioridad de los votantes, “es la economía, estúpido”, porque Trump se ha revelado como un defensor acérrimo del cierre de la frontera sur y de la deportación de migrantes irregulares en cantidades ‘industriales’, cuando asuma. Todo apunta a que sí lo hará.
Arropado por la mayoría silenciosa que aupó su vuelta al poder, el republicano reivindicó en su discurso de victoria la condición de líder del “más grande movimiento político de todos los tiempos” y de un “mandato sin precedentes y poderoso”. Cierto. Al margen de su megalomanía crónica, Trump es ya una leyenda política. No solo porque será la persona de más edad en presidir el país, también por ser el primer delincuente convicto en hacerlo. Su condena, en el proceso a cargo del juez de origen colombiano Juan Merchán, se conocerá el próximo 26 de noviembre.
¿Qué podría pasar? Está por verse, pero no faltarán las tensiones inherentes al cada vez más provocador estilo del ahora electo presidente, quien con sus conspiraciones, talante autoritario y actitudes de agente del caos ha apostado por socavar los cimientos de la democracia, del sistema político y de las libertades y derechos ciudadanos que deberá garantizar. De modo que la incertidumbre se anticipa como una constante en su nueva etapa en la Casa Blanca, desde donde tendrá que asumir decisiones trascendentes sobre las guerras en Ucrania y Medio Oriente.
Kamala Harris fue una contendiente a la altura. Revirtió la tendencia derrotista del Partido Demócrata, despertó entusiasmo, batió récords de recaudación, acumuló respaldos notables, pero no pudo desligarse del sambenito de ser parte del impopular gobierno de Biden, a quien se le critica por haber persistido en una carrera que no estaba en capacidad de dar ni terminar. Tampoco su impronta como vicepresidenta la avalaba. Trump la destrozó sin piedad. Harris resistió, pero su apuesta por los derechos reproductivos y de género no inclinó la balanza a su favor. No convenció a los indecisos ni tampoco conectó con el electorado conservador ni el joven.
El pueblo estadounidense habló. Trump se frota las manos, mientras paladea su esperada revancha que abre incógnitas sobre su real alcance en lo doméstico e internacional. Lo que nos espera en Colombia, su principal socio comercial, que ahora enseña una estrategia antidroga vacilante, no vaticina consensos futuros. Pase lo que pase, en este salto al vacío, ya nada volverá a ser igual.