Duele España. En primer lugar, por la incalculable devastación que ha dejado en la provincia de Valencia, a orillas del mar Mediterráneo, el catastrófico temporal de lluvia y viento, dana o gota fría le llaman allá, registrado hace 10 días. Un fenómeno meteorológico extremo que en cuestión de horas acabó con la vida de al menos dos centenares de personas, desapareció a un número aún incierto de vecinos y arrasó con áreas rurales y urbanas de localidades, donde se cuentan por miles los damnificados que lo perdieron todo debido a la impetuosa fuerza del agua y el lodo.
También es de lamentar la desconcertante actuación del Gobierno autónomo de la Generalitat Valenciana, presidida por el dirigente del Partido Popular Carlos Mazón, a quien la ciudadanía le exige ahora rendir cuentas. Inicialmente se le cuestiona su improcedente gestión, porque conociendo la alerta emitida por la Agencia Estatal de Meteorología, el Ideam de España, la desestimó, no la comunicó a tiempo para que la comunidad pudiera reaccionar con la celeridad debida ante lo inminente. Cuando finalmente lo hizo y dio luz verde a la Unidad Militar de Emergencias (UME) para intervenir con sus efectivos ya era demasiado tarde. La dana arreciaba.
Ante la magnitud de la tragedia, su tibia reacción ha dejado mucho que desear. Luego de días de angustia e incertidumbre, a la espera de recibir las primeras ayudas, con sus casas completamente anegadas, sin servicios públicos ni suministros básicos y, lo más desafortunado, sin acceso a información sobre sus familiares desaparecidos: si habían fallecido o si los cadáveres rescatados habían sido identificados, los habitantes de las zonas afectadas lo acusaron de desatención y falta de coordinación con el nivel central del Estado para dar respuesta a la descomunal crisis.
La indignación, la rabia y el desconsuelo de las víctimas de esta tragedia que pudo mitigarse si se hubiera actuado de forma oportuna es tan comprensible como legítima. Estas expresiones tan inherentes a la naturaleza humana quedaron en evidencia durante el recorrido de los reyes de España, el jefe de Gobierno, Pedro Sánchez, y el propio Mazón, en Paiporta, epicentro de la catástrofe. Fue una jornada caótica e incluso violenta, en la que las tensiones acumuladas por el sufrimiento de la gente se estrellaron, literalmente, contra los visitantes que no sabían qué hacer.
La entereza de Felipe VI al encarar los reclamos de los habitantes del pueblo evitó que el conflicto fuera a peor. El presidente Sánchez debió ser evacuado tras ser agredido. Mazón, bien gracias. Las redes intoxicando para sumar audiencias y desatar indignación, las campañas de desinformación ahondando el dolor de las víctimas, la clase dirigente repartiéndose culpas e intentando politizar la tragedia ajena para ganar votos. ¿Cuál, si no este, es el verdadero lodazal?
Por competencias autonómicas, las regiones de España –uno de los estados más descentralizados del mundo– cuentan con amplios poderes. En consecuencia, el Gobierno central no puede asumir el control de una situación, por más dramática que sea, si una comunidad no lo demanda. Eso no pasó ni tampoco el presidente Sánchez impuso la declaratoria de emergencia nacional para suplir la ausencia del Ejecutivo territorial, con lo cual el desastre de ambas administraciones se retroalimentó uno del otro, consumando la distante relación de los dos mandatarios que son de partidos políticos opositores. Al final, ni unidad ni eficacia, solo munición para agravar el caos.
Son tantas las lecciones que deja una catástrofe como esta que ningún gobernante o ciudadano con aspiraciones políticas debería dejarlas pasar. Es fundamental que entiendan que la gente los vota para que sean capaces de actuar por ellos y no les fallen. Sin embargo, con demasiada frecuencia pierden los reflejos, caen en el populismo o en la antipolítica, anteponen sus mezquinos intereses partidistas y les terminan dando la espalda. Bien lo sabemos en Colombia.
Mucho tendrán que revisar los organismos de socorro de Valencia y de España en relación con sus protocolos para dar una respuesta coordinada, eficaz y oportuna. Quienes asocian el impacto del cambio climático a esta calamidad natural tienen razón. También la tienen quienes vinculan sus pavorosos efectos a la polarizante política que todo lo contamina. No bastan esfuerzos supuestamente bienintencionados, las crisis demandan unidad para no dejar solas a las víctimas.