El desdén del Gobierno del Cambio tras el histórico triunfo de la selección Colombia, ganadora de la primera Copa Mundial Femenina de Fútbol de Amputados disputada en Barranquilla, lo retrata a la perfección. Como lo han demostrado en múltiples ocasiones, algunos funcionarios del Ejecutivo tienen talento para ningunear, esquivar o ignorar aquello que les resulta incómodo.
Pero no hacer aprecio del descomunal esfuerzo de un puñado de mujeres amputadas, que a punta de temperamento, férrea voluntad de resistencia e imbatible espíritu de lucha, ganaron la totalidad de sus partidos en el torneo y se coronaron campeonas, contra todo pronóstico, es un desacierto del tamaño de una catedral. No mucho más que añadir. Solo lamentar su indiferencia.
Luego del apesadumbrado como revelador testimonio del presidente de la Federación Colombiana de Fútbol de Amputados, Édgar Blanco, en el que reclamaba algo de reconocimiento, al menos un saludo, del jefe de Estado o de la ministra del Deporte a las campeonas la respuesta de Luz Cristina López fue aún más desconcertante. Quedó claro que no comprendió el llamado.
Ciertamente en el comunicado de cuatro puntos, bien construido, soportado en todas las normas legales habidas y por haber, no se encuentra una pizca de grandeza, empatía ni humanidad. La funcionaria tendrá sus razones y explicaciones, válidas además, pero ese esperpento no era lo que estas mujeres, guerreras de la vida, merecían y esperaban. Lo dicho, es incomprensible.
Otorgándole el beneficio de la duda a sus intenciones, procura el ministerio aclarar su posición sobre lo que llama “la situación de las deportistas de la Federación Colombiana de Fútbol de Amputados”. Para no alargar el cuento, lo que dice es que como esta organización deportiva “no se encuentra afiliada ni reconocida por el Comité Paralímpico Internacional (IPC)” ni cumple los requisitos, no ha sido vinculada al Sistema Nacional del Deporte. Pero que están prestos a informarles cuál es la hoja de ruta para que puedan obtener su viabilidad técnica-metodológica.
¡Cuánta eficiencia, qué escasa afabilidad! No, no nos pidan que entendamos esta desconsiderada actitud con deportistas hechas a pulso, mujeres en condición de discapacidad, en algunos casos víctima de violencias, en casi todos, discriminadas, excluidas y marginadas durante buena parte de sus vidas. Seres únicos que nos dieron lecciones de fútbol cada vez que saltaban a la cancha, pero sobre todo de excepcional fortaleza física, mental y emocional. ¡Qué valientes han sido!
Emily, Yadis, Johana, Sandra, Laura y el resto de integrantes del seleccionado tricolor, pioneras en el fútbol femenino de amputados, demostraron con creces que su discapacidad no condiciona ni limita sus sueños. ¡Hicieron historia! Nos sentimos orgullosos de ustedes, de su valor, entereza y superación. Punto. Ha sido grandioso comprobar como el deporte es un poderoso instrumento de inclusión y cohesión social, en el que no tienen cabida razones políticas ni intereses mezquinos, aunque estos siempre emerjan a la hora de colgar las medallas y levantar los trofeos.
Conviene que nadie pase por alto lo sucedido con estas luchadoras. O mejor aún, que todos aprendamos a reconocer el socorrido método de algunos gobernantes sin alma: carreta a la lata, falsas sonrisas por doquier, palmaditas en la espalda, promesas que se las lleva el viento y ninguna realidad verificable. Identifiquemos a quienes son especialistas en el arte del desprecio.
Barranquilla, prócera e inmortal, abrazó al equipo desde el día uno. Primero, con curiosidad, luego con emoción por sus logros, y al cierre, con pasión desbordante. El Distrito arropó el torneo con gestos que valen mucho más que cualquier respaldo económico, como la presencia del alcalde Char, la primera dama y parte del gabinete en los juegos. Un acto de inclusión elocuente.
Dicen por ahí que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Sutil y contundente. No hacía falta abrir otra herida en el corazón de aquellas que les sobran ofensas. Quienes promueven igualdad o visibilidad nos confirmaron que siguen sin aprender nada. ¡Gracias campeonas, a seguirla guerreando, ustedes saben lo que valen y lo que han alcanzado! Y al bagazo, poco caso.