Tres cumbres, tres discusiones difíciles, un mismo cuestionamiento: ¿aún son útiles los foros internacionales o ya han dejado de cumplir su función? Casos abundan, pero centrándose en los resultados de los más recientes encuentros multilaterales, la falta de consensos o de resultados concretos entre los países participantes avala todo tipo de teorías sobre su aparente irrelevancia.

Basta repasar los fracasos, porque sin duda lo fueron o lo están siendo, de la Cumbre Iberoamericana, celebrada en Cuenca, Ecuador, y la COP29, la conferencia del clima de Naciones Unidas, que se realiza en Bakú, capital de Azerbaiyán, para advertir que la estructura de las reuniones, tal como la diseñan sus organizadores, no está funcionando. Otro asunto también determinante que hace de las cumbres espacios decepcionantes son las crecientes tensiones por posturas políticas, económicas e ideológicas antagónicas que ahondan diferencias o desuniones.

Son los signos de nuestros tiempos. Aun así, es imprescindible que los gobiernos intenten hacer un alto en el camino para entender el porqué de retrocesos manifiestos en los procesos de integración de las naciones, por un lado, y en las negociaciones para resolver el desafío global más relevante que afronta la humanidad, el cambio climático, por el otro. Luego de cada nuevo encuentro insustancial, que termina sin declaración conjunta ni compromisos vinculantes por cumplir, queda la sensación de que se perdió tiempo valioso que más adelante hará mucha falta.

Tiene todo el sentido en el caso de Ecuador que la crisis interna en la que se debate por la suspensión de la vicepresidenta decretada por el Gobierno, la orden del presidente, Daniel Noboa, de asaltar la embajada mexicana para detener al exiliado Jorge Glass, y sus airadas reacciones contra los Ejecutivos que lo cuestionaron, le pasaron factura a la cumbre y a él mismo, en su condición de anfitrión, en tanto ratificaron el declive político de estos escenarios de debate.

La de Cuenca fue la cumbre de las ausencias, lo cual es muy diciente. De los 22 jefes de Estado y de Gobierno convocados, solo acudieron el rey de España y los mandatarios de Portugal y de Andorra. Ninguno de América Latina asistió, excepto Noboa. Entre otras razones, porque México, Nicaragua y Venezuela rompieron relaciones con Quito este año. Y aunque el ambiente entre los delegados de segundo o tercer nivel presentes fue cordial, en los anales de la historia de estos foros quedó inscrita la enconada disputa, con cruce de acusaciones de ida y vuelta, entre los delegados de Cuba y Argentina. Demostraron porque son valedores de criterios irreconciliables.

A miles de kilómetros de Ecuador, el naufragio de la cumbre del clima luce inminente. Como ocurrió en la COP16, la conferencia de biodiversidad en Cali, las negociaciones se atascan cuando se comienza a hablar de financiación o de cómo aplicar lo acordado en materia de transición energética y eliminación gradual de las energías fósiles. Es evidente que estas reuniones mastodónticas, con delegaciones integradas por miles de personas en las que se dificulta alcanzar mínimos consensos, demandan reformas sustanciales para que sea posible discutir salidas que sí produzcan cambios a la velocidad requerida y a una dimensión exponencial en todos los niveles.

La del G-20, en Brasil, fue una cumbre pletórica de propuestas y de asistencias de alto nivel, pero, a decir verdad, con magros resultados. Cerró sin avances ni claridad en la financiación climática, con críticas por la ambigüedad del texto final sobre Ucrania y Gaza y la mayor esperanza es que se concreten los anuncios para erradicar la pobreza y el hambre global, vía alianza internacional.

Si a grandes rasgos la concertación sobre lo esencial: cambio climático, migración, empleo, educación o lucha contra el crimen, se ve amenazada por discrepancias, el futuro inmediato no augura mejores perspectivas. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca le añade más tensión a un ambiente de por sí enrarecido, cuando no pone en pausa la asunción de nuevos compromisos. Sus nombramientos han ratificado su línea dura, de espaldas al multilateralismo. Todo está conectado. Lo que nos espera de cara a la relación entre Estados Unidos y América Latina nos pondrá a prueba en la Cumbre de las Américas en República Dominicana en 2025 y en la elección del sucesor de Luis Almagro en la secretaría general de la Organización de Estados Americanos (OEA), que será en marzo. ¿Socios o aliados? Lo que se viene es para alquilar balcón.