Dolor, desesperanza e incertidumbre. Ucrania llegó a los 1.000 días sumida en la guerra sin que haya claridad sobre cuáles serán las vías para resolverla. En medio del conflicto, el recelo de ambos países a revelar sus cifras con exactitud ha conllevado a que las estimaciones de una decena de organismos difieran, y que los que más campo de acción estén teniendo daten en al menos un millón de muertos y heridos, entre civiles y soldados de ambos bandos, partiendo de febrero de 2022, cuando arrancó la cruel contienda.
Colombia también ha puesto su cuota, pues a principios de la semana pasada fue el mismo canciller Luis Gilberto Murillo quien reveló que al menos quinientos connacionales han participado de la guerra entre los países europeos, de los cuales unos trescientos han fallecido y cien han desertado de los combates, según un informe entregado al funcionario por el Gobierno ruso. Un dolor incalculable para las familias de nuestro territorio que lo apostaron todo por un mejor salario, pero cuyos esposos, hijos o padres jamás regresaron.
No obstante, y ya en la cuenta regresiva por la llegada del fin de año, cuando las temperaturas más gélidas empiezan a abrazar el territorio, en lugar de verse la luz en medio del conflicto, los caminos parecen hacerse más oscuros con la última escalada de la guerra desencadenada por una serie de acciones bélicas –sin precedentes– desde que Moscú iniciara la invasión de su vecino.
El 17 de noviembre Estados Unidos decidió dar luz verde a Ucrania con el uso desde Kyiv de los misiles de largo alcance ATACMS (siglas en inglés para Sistema de Misiles Tácticos del Ejército) contra Rusia. Entre seis y ocho objetivos militares rusos fueron impactados, lo que fue visto como una provocación al Kremlin y respondido con el lanzamiento del temido misil hipersónico Oreshnik, cuyas ojivas atacan objetivos a una velocidad de Mach 10, es decir, de 2,5 a 3 kilómetros por segundo. Horas después, el ejército ucraniano empleó los cohetes Storm Shadow, de fabricación anglo-francesa, contra posiciones de su enemigo en la provincia rusa de Kursk. Asimismo, Washington anunció la entrega a las fuerzas ucranianas de un nuevo tipo de minas antipersona.
Como se esperaba, Vladímir Putin decidió elevar el tono contra los gobiernos que apoyan a Ucrania y firmar una nueva doctrina nuclear que amplía el uso de armas atómicas, anunciada con meses de anticipación, pero que no se había materializado, al parecer, porque el jefe de Estado no veía razones palpables para implementarla. ¿Qué implica? Que a partir de ahora Rusia podrá emplear su arsenal atómico contra un Estado que no posea armas nucleares, pero que cuente con el apoyo militar de otro u otros que sí las tengan.
Por supuesto, el mundo dejó de respirar por unos minutos. Tal noticia no solo lleva la guerra a otro nivel, sino que pone en alerta a todos los países del planeta que, tras el 6 y el 9 de agosto de 1945, creían haber aprendido de la devastación que puede traer un conflicto nuclear, con décadas enfrentando las consecuencias de Hiroshima y Nagasaki.
Además, en esta contienda entró un nuevo actor: 10 mil soldados norcoreanos que llegaron a apoyar las posiciones rusas en la frontera, lo que ha hundido el botón de pánico de la comunidad internacional, que en los últimos meses ha observado con prevención el peligroso estrechamiento de las relaciones entre Putin y Kim Jong-un. El propósito del primero, según diversos analistas, sería el de recuperar el territorio de la provincia de Kursk que Kyiv le arrebató. El del segundo, también según informes de inteligencia, el de hacerse a petróleo, alimentos y otros bienes rusos para su maltrecha economía.
Si no se toman medidas a nivel internacional, la intervención de Pionyang en la guerra podría ser tan determinante como fulminante para Ucrania. El silencio no puede imperar sobre el presente y el futuro de miles de personas que temen a un conflicto mayor y claman por un alto el fuego, así como no quedar en el olvido, en medio de la contienda que se libra en el Medio Oriente y la llegada de un nuevo inquilino en la Casa Blanca que, hasta el momento, no se sabe si mantendrá el blindaje que su predecesor ha implementado alrededor del apoyo de Estados Unidos a Ucrania o, por el contrario, obligaría al país a someterse a un proceso de negociación bajo las condiciones que imponga Rusia, conocido aliado del republicano.