En su afán por evitar una crisis diplomática con Venezuela, el gobierno de Gustavo Petro ha hecho las veces de “abogado del diablo” entre la comunidad internacional y Nicolás Maduro, pero con el pasar de los días y ante la falta de evidencia de una victoria transparente del oficialismo en las urnas el pasado 28 de julio, la postura de Colombia se ha tornado insostenible y, ad portas de una fraudulenta posesión del jefe de Estado del vecino país –el 10 de enero de 2025– el tono ha debido endurecerse.
Sin embargo, son muchos los actores que presionan para que no solo sea un tema de retesar el discurso, sino de que el miedo a una fractura no camufle el apoyo a una dictadura que está ignorando al pueblo venezolano y, por ende, socavando su democracia y sus derechos. El mismo Petro lo mencionó en una de sus más directas confrontaciones con la realidad venezolana: “Mire lo que le pasa a Venezuela, que ya no sabe si es democracia o revolución. Ya el pueblo no los quiere”, aseguró durante una visita a Uruguay.
No puede el mandatario colombiano ignorar la gravedad de lo que sucede pasando el puente Simón Bolívar, situación que además afecta a miles de connacionales que, en medio de la historia compartida entre los dos países, o viven en Venezuela, o tienen familiares allá o se emplean entre ambas naciones.
Tampoco se puede permitir que la victoria de Edmundo González, que se habría dado con más del 75 % de los votos, termine convertida en un ‘Guaidó 2.0′. La comunidad internacional teme por ello tras la salida negociada del opositor desde la residencia de la embajada española en Caracas hacia Madrid, donde insiste en que asumirá el poder en enero, pero esta vez sin el aval de una cincuentena de países, sino de apenas algunos parlamentos y gobiernos.
También se espera que con la llegada de Donald Trump al poder la estrategia de Estados Unidos sea, como en 2018, rechazar la reelección de Maduro y reconocer a González como la única autoridad de Venezuela. Todo bajo el temor de que la palabra “interino” resurja en medio de la incapacidad de las cortes internacionales por hacer respetar la voluntad del pueblo venezolano en las urnas.
Surgen preguntas como: ¿volverá a repetirse la historia? ¿Cuál es la diferencia entre lo que sucedió en 2018 y 2024? Y también se plantean algunos escenarios que hace seis años no existían, como el auge de Chevron en Venezuela con un crecimiento importante de las exportaciones de crudo del país hacia EE. UU., que algunos cifran en casi un 80 %, lo que apalanca al país hacia el quinto lugar de los exportadores de petróleo a la nación norteamericana, apenas detrás de Arabia Saudí y sobre varios proveedores latinoamericanos, como Brasil, Colombia y Ecuador.
En ese mismo campo, la Asamblea Nacional venezolana ha aprobado extensiones a empresas mixtas petroleras en las que Chevron tiene participación como socio minoritario de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), un dato que no es menor puesto que significa una altísima inversión de la multinacional que Trump deberá evaluar si corta u opta por recordar cómo John Bolton, su entonces consejero, lo condujo a una sinsalida volcándose en su apoyo a Guaidó y cerrando este tipo de transacciones de alto calibre.
Tampoco estuvo en el escenario de 2018 una posición ambigua de países como Colombia y Brasil, o tan determinante si ambos gobernantes continúan en la línea de no reconocer los resultados de los comicios. Tal vez en esta ocasión muchos optan por una posición de observación más estratégica, antes de consolidar el ‘Guaidó 2.0′, especialmente las naciones europeas, que en su momento no vacilaron en apoyar al opositor.
De igual forma, las fracturas dentro de la dirigencia opositora se han hecho más evidentes para este período, especialmente en el partido Primero Justicia, en el que las rencillas entre el dos veces candidato presidencial Henrique Capriles y el ex presidente de la AN Julio Borges han terminado por dispersar y difuminar esa solidez que en otros momentos marcó al antagonismo que combatió al Gobierno.
Por último, pero no menos importante, se hace evidente que esta vez hace falta mayor apoyo en las calles a la causa de Edmundo González, pues la misma dictadura se ha encargado de apagar el fulgor de la protesta, lo que pareciera dar la sensación de aplacamiento, pero que no sería más que resignación de los ciudadanos, seguramente exhaustos ante un modelo de gobierno que no da visos a un cambio, y una comunidad internacional inerte ante la injusticia y los atropellos que viven los venezolanos.