No habría que insistir en ello, pero ante la cerrazón mental del presidente Gustavo Petro no se puede menos que repetirlo hasta el cansancio: la designación de Daniel Mendoza en la Embajada de Colombia en Tailandia es una vergüenza absoluta. Como también lo es la férrea defensa que el jefe de Estado ha hecho de un sujeto tan impresentable, señalado por su apología a las relaciones sexuales con menores de edad o mujeres adultas en estado de indefensión o bajo los efectos de alcohol y drogas. No son meras apreciaciones, él mismo de manera pública lo ha expresado en trinos publicados en sus redes sociales. ¡Inaceptable!
Se equivoca, de cabo a rabo, el jefe de Estado, quien movido por una obstinada sinrazón se atrinchera en su condición de demócrata radical, progresista, emancipador y libertario, para ratificar su respaldo ciego a Mendoza, ignorando los legítimos cuestionamientos que le formulan mujeres que son parte de su propio gobierno o que militan en las filas del Pacto.
Su actitud, presidente, de otorgar la representación de Colombia a un individuo que consiente agresiones sexuales de menores de edad así como violaciones de mujeres, delitos tipificados en nuestra legislación penal, constituye una intolerable afrenta contra la dignidad humana y, en especial, es una bofetada a las víctimas de estos hechos tan atroces.
Deje de pensar un segundo en usted, en sus instintos vengativos o en ideologías caducas. No se trata de que prohíba hacer el amor, no nos crea tan mojigatos, sino de que entienda que su orondo embajador con sus naturalizadas actitudes favorece la misoginia, la violencia sexual y de género, cosifica a niñas y mujeres, espoleando estos infames comportamientos.
Mal haríamos las mujeres si nos quedamos calladas ante semejante ignominia que ofende a embajadoras de su entorno diplomático, a congresistas de distintos partidos, a la procuradora, a la defensora del Pueblo, a organizaciones feministas y a ciudadanas del común que no podemos pasar por alto ni tolerar su infortunada designación porque pisotea nuestros derechos. Esos que usted y sus alfiles reivindicaron a más no poder para alcanzar la cúspide y que ahora, presidente, desprecia sin asco, escudándose en el combate de sus ideales.
Ante el menor atisbo de duda, porque pese a ser algo tan evidente también se han instigado, sobre todo desde las huestes petristas decididas a arropar a su libertario líder al precio que sea, conviene precisar que el nombramiento amparado por el mandatario –como si fuera un dogma de fe– no se critica por razones políticas. Esto no es un asunto de derecha o de izquierda. Tampoco pasa por el filtro del coincidente sentimiento antiuribista de Petro y Mendoza. Lo último, tal vez, sí fue determinante para su designación. Solo ellos lo sabrán.
La indignación corre por cuenta del retroceso en la ardua lucha de las mujeres por una vida libre de violencias azuzado por el mismo Estado con el nombramiento de Mendoza. En un país que suma 745 feminicidios, en lo corrido del año, esta jugada de cartas marcadas, a la final, un recorte de libertades, también de derechos de género, le envía a la sociedad la nefasta señal de que la batalla se está perdiendo, que nos toca seguir peleando, e incluso enfrentando a quienes están obligados por mandato constitucional a garantizar protección.
Si, como parece hasta ahora, el presidente Petro no escucha el clamor de las mujeres, al menos debería valorar el conocimiento del servicio exterior de Colombia. Excancilleres, exembajadores y representantes de la Asociación Diplomática y Consular de Colombia (Asodiplo) le alertan sobre los “altos estándares de respeto por normas sociales, culturales y de convivencia” de Tailandia. Por donde se mire, Mendoza, por sus provocaciones a la violencia sexual, no es la persona idónea ni adecuada para representarnos en ninguna parte.
El jefe de Estado está en todo su derecho de acudir a la retórica vacía con la que construye edificios enteros de argumentos hechos a su medida. Sin duda, su poder los sostiene, pero el pensamiento crítico de quienes se oponen a tantos despropósitos no se puede dar por vencido. Como siempre ha sido, tenemos claro que la lucha de las mujeres nunca termina. Pero al menos háganse un favor: no nos digan más mentiras. Ganaron, pero están lejos de convencer.