La decisión del Distrito de regular el alquiler y uso de patinetas eléctricas en el Gran Malecón es un paso en la dirección correcta. La proliferación de estos vehículos de movilidad personal con fines recreativos en el espacio público más concurrido de la ciudad había derivado en prácticas riesgosas para sus usuarios y quienes recorren a diario las zonas de circulación peatonal. No era prudente ni responsable desconocer por más tiempo episodios de difícil convivencia entre unos y otros, debido a conflictos de movilidad por intolerancia, siniestros con lesiones y otras situaciones que demandaban normativas claras de seguridad.

Lo primero que se debe asimilar es que las patinetas eléctricas no son un juguete infantil. Si no se reglamenta su uso de manera precisa, señalando términos, condiciones y controles, tanto para prestadores del servicio como para quienes lo contraten, se deja abierta la puerta para la comisión de todo tipo de excesos, imprudencias o conductas irresponsables.

La escogencia de tres operadores todos los interesados podían presentarse que luego de ser evaluados certificaron el cumplimiento de los requisitos exigidos: uno de ellos la expedición de una póliza de seguro que responda en caso de siniestro del usuario y de afectación de terceros, es la mejor prenda de garantía del principio de seguridad preventiva.

Así funciona este negocio, porque de hecho lo es, en distintos lugares del mundo donde se han adoptado decisiones similares. Al fin de cuentas, se trata de una determinación de sentido común para poner en cintura una actividad que se había salido de control con personas que alquilaban patinetas, a diestra y siniestra, sin asumir ninguna responsabilidad.

De ahora en adelante, los operadores autorizados están en la obligación de identificarlas con el nombre y logo del Gran Malecón, adecuarlas con luces para su uso nocturno, entregar chaleco y casco de protección a los usuarios, ofrecerles acompañamiento si hace falta y asegurarse de que los vehículos, cada uno con su propio GPS, estén en óptimas condiciones.

En cuanto a los usuarios, deben ponerse a tono con las buenas prácticas para interiorizar que de ellas depende su seguridad, siendo conscientes de que su estructura ósea es la carrocería del artefacto en el que se mueven. En ese sentido, la norma establece el uso de la patineta solo para los mayores de 12 años, no está permitido para más de una persona, incluyendo niños; la circulación por la Avenida del Río, es decir sobre la calle y los adoquines, está restringida. Únicamente es posible hacerlo por la ciclorruta y máximo a 30 kilómetros.

Ciertamente se necesitará un esfuerzo adicional del Distrito, a través de la gestión de sus reguladores de movilidad o de una figura similar, para normalizar la coexistencia de usuarios de las patinetas y peatones en el Gran Malecón, un espacio turístico casi siempre atiborrado de gente durante los fines de semana. Razón de más para acompañar un proceso que debe ser sometido a evaluación constante para identificar los riesgos o efectos de la regulación.

Es indispensable que el tema se ponga sobre la mesa dado que esta forma de transporte es cada vez más visible o frecuente en calles de Barranquilla y municipios vecinos. Patinetas y motos eléctricas son usadas por quienes buscan desplazarse en un medio de movilidad sostenible, por los que deben recorrer distancias cortas o poco compatibles con hacerlo a pie o en bicicleta y, claro, también por aquellos que las adquieren por sus precios favorables.

No se puede ignorar que se han constituido en una alternativa real para un sector de la población que algunas veces circula con exceso de velocidad o sin acatar normas de tránsito.

Al margen de que existan disposiciones del Ministerio de Transporte en el caso de las motos eléctricas, conviene que el Distrito o, en su defecto, el Área Metropolitana se ocupen de regular su uso cotidiano por estrictas razones de seguridad. Y deben apurarse porque esta opción de movilidad, incluidas patinetas, no tiene vuelta atrás, pero hacen falta controles, vigilancia de autoridades y, algo clave, una conducción segura y responsable de sus usuarios para que puedan ser realmente compatibles con la circulación de los demás actores viales.