Millones, gazatíes e israelíes, viven el comienzo de una tregua anhelada. Algunos con júbilo por el retorno de sus seres queridos, otros con el dolor que trae recibir a sus familiares en ataúdes, y varios más aún bajo la incertidumbre de si este endeble acuerdo marcará el fin de la guerra en la Franja de Gaza, o por el contrario será el espacio para que ambas partes regresen con mayor intensidad al campo de batalla.

Previo a la hora cero se presentaron fuertes combates que cobraron la vida de al menos 13 palestinos, según el recuento de la Defensa Civil de Gaza, e incluso retrasos de las partes para cumplir con lo establecido. Este contexto enmarca los primeros minutos de un acuerdo que promete la liberación de los 33 rehenes israelíes y decenas de prisioneros palestinos en la primera etapa, así como el ingreso de la ayuda humanitaria.

No obstante, lo más difícil está por establecerse, pues tanto el cese al fuego duradero y la reconstrucción de Gaza dependen de negociaciones que todavía no se han realizado, y a las que les espera un camino de espinas, con un alto riesgo de fracturarse. El día 16 –a partir de este 19 de enero– de esta primera etapa será clave, por lo que todo lo que suceda de aquí a allá será determinante para que las partes se sienten de nuevo en la mesa, cada una teniendo que “ceder” en puntos álgidos, como la liberación de presos palestinos condenados a cadena perpetua por parte de Israel, y el desarme paulatino del lado del grupo terrorista Hamás, junto a la entrega de cada una de las personas retenidas.

No en vano los analistas temen giros importantes en el camino, dificultades y presiones de ambos bandos que puedan truncar los avances hacia la paz. A todas estas porque el punto más complejo del proceso, que implica el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino, y de que ambas naciones puedan convivir en igualdad, parece estar lejos de entrar a la mesa de diálogo, donde todavía no se han presentado propuestas concretas al respecto que puedan satisfacer al Gobierno de Israel.

Así mismo, la llegada de una nueva administración a la Casa Blanca, que quiere presentarse ante el mundo como un actor que puede acabar con dicho conflicto, será un componente importante para el rumbo de la guerra en Oriente Medio, especialmente para establecer un diálogo más frontal con el primer ministro Benjamín Netanyahu, quien ha insinuado en varios momentos que Israel podría reanudar las hostilidades si las próximas fases del acuerdo no cumplen con sus expectativas, esto a su vez bajo la presión interna que vive el premier por cuenta de los sectores de ultraderecha que critican insistentemente los términos del acuerdo.

En ese sentido, la tarea se hace cada vez más difícil para él, quien debe concentrarse primero en resolver la crisis interna de su gobierno, pues ahora cuenta con una mayoría frágil de 62 de los 120 escaños en el Parlamento tras la renuncia de los seis diputados del partido ultranacionalista Otzmá Yehudit, liderado por Itamar Itamar Ben Gvir, desencadenada precisamente por esas divisiones que ha generado la aceptación del acuerdo y que ponen en riesgo la estabilidad del mandato de Netanyahu.

En otro frente, el partido Sionismo Religioso, liderado por el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, condicionó su apoyo a la tregua a que se garantizara la reanudación de los ataques tras la primera fase. Una posible salida del jefe de dicha cartera pondría entre la espada y la pared a la coalición de Netanyahu. Pero la mayor preocupación del primer ministro seguramente está concentrada en el opositor Yair Lapid, del partido Yesh Atid, quien le dio su apoyo en el parlamento como salvavidas político, pero bajo el riesgo de que dirija un derribamiento del Gobierno y convoque a nuevas elecciones.

Así las cosas, la comunidad internacional, los garantes y las partes interesadas tienen la difícil tarea de proteger y sacar a flote esta primera etapa, de la que depende el avance hacia las siguientes tres, con las garantías para se dé el ingreso de ayuda humanitaria a los gazatíes, la retirada gradual de las fuerzas israelíes y la liberación de los rehenes y los detenidos. Todo con el fin de llegar a un alto el fuego permanente y de que se pueda empezar la reconstrucción del enclave que se encuentra en estado crítico –y que según expertos tardará mucho más de una década– pues ha sufrido el desplazamiento del 90 % de su población, según Naciones Unidas, la destrucción de su infraestructura y el daño casi total de su sistema de salud.