Con Donald Trump todo es lo que parece. O, al menos, esa es la sensación que queda luego de las primeras horas de su segundo mandato como presidente de Estados Unidos. La avalancha de decretos y órdenes ejecutivas firmadas tras su posesión no solo fue una exhibición del inédito poder con el que gobernará. También confirmó que las reglas de juego del orden mundial han cambiado, dando paso a una incierta era de competencia estratégica, como algunos líderes internacionales han interpretado la nueva realidad global.

Al margen de su actitud grotesca, fanfarrona y, sobre todo, autoritaria, el presidente Trump –el antipolítico por antonomasia– demostró a quienes votaron por él, a sus rivales o contradictores ideológicos y al mundo entero que está decidido a cumplir sus promesas electorales al pie de la letra, poniendo en marcha la rimbombante revolución que anticipó.

Sustentado en el carácter ultranacionalista de su declaración de intenciones políticas que retrató en sus lemas de campaña de 2016 y 2024, “America First” y “Make America Great Again”, Trump arrancó pisando fuerte. Lo primero, anuló decenas de acciones ejecutivas de su predecesor, Joe Biden, contra quien arremetió sin piedad en su ampuloso discurso inaugural. Entre ellas, rescindió la salida de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Determinación en la que Colombia, según trascendió, tuvo una cierta influencia.

De su propia cosecha declaró la emergencia nacional en la frontera sur para frenar la inmigración irregular desde México, a donde enviará tropas. Reiteró la deportación de migrantes en situación de ilegalidad, dando vía libre a redadas en centros de educación e iglesias y designó como organizaciones terroristas a carteles del narcotráfico y estructuras transnacionales del crimen, como el Tren de Aragua, que señala Venezuela, es pura ficción.

Insistió en la retoma del Canal de Panamá, decretó el fin de las políticas de diversidad racial y de género, enterró el programa de energías limpias ordenando explotación petrolera y de gas a tope. Y, como si todo lo anterior fuera poco, retiró a su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Acuerdo Climático de París, decisiones que por el peso e influencia de su nación desencadenarán devastadores efectos en términos de la salud global y en la acuciante lucha contra el calentamiento del planeta. Trump es negacionista y, claro, ejerce.

Sin ofrecer mayores detalles de su plan de proteccionismo comercial y de política exterior, ratificó -eso sí- que impondrá aranceles en doble vía y buscará el fin de las guerras globales. Acciones que se consideran los ejes centrales de su mandato, con las que aspira a pasar a la historia como el gran artífice de la “edad de oro” o de la “restauración de Estados Unidos”.

Sobre América Latina, apenas una frase a un periodista de la que se puede inferir el nivel de la relación que nos espera: “No los necesitamos. Ellos nos necesitan mucho más”, aseguró Trump, quien fue algo más explícito frente a Venezuela al anticipar que le dejará de comprar petróleo a Maduro. Visto lo visto, al mandatario habrá que tomárselo en serio o, en todo caso, con menos escepticismo e incredulidad. Sobre todo, porque no cejará en su empeño de patear el tablero global todas las veces que haga falta con tal de trastocar el paradigma de lo hasta ahora conocido e imponer sus condiciones. ¿Agresivo?, sin duda, pero tan tangible como su control sobre los poderes Ejecutivo, Legislativo y el Tribunal Supremo, y el respaldo de la oligarquía tecnológica del planeta, encabezada por Elon Musk, la que por convicción o cálculo económico se ha alineado a su lado para sacar el máximo provecho.

Conviene, por tanto, que naciones como gobiernos, en particular las democracias liberales, asuman que hará falta cambiar o, mejor aún, saber adaptarse para afrontar los seguros impactos de la tormenta feroz que acaba de instalarse en la Casa Blanca por los próximos cuatro años. Ciertamente, no se trata de renunciar a la defensa de principios ni valores, sino de construir alianzas efectivas, reducir dependencias y actuar con visión estratégica para sobrevivir en un mundo cada día más fragmentado y en constante evolución, en el que se requerirá más que pragmatismo para lidiar e incluso transar con la fuerte casta ahora en el poder.