Pocas personas han amado tanto a Barranquilla como don Alfredo De la Espriella Zabaraín.

De las distintas dimensiones de una figura tan descomunal, como la que ahora nos deja en una orfandad irreconocible, podríamos destacar un cúmulo de virtudes y grandezas con la certeza absoluta de que no acabaríamos prontamente. Bien sea por unanimidad rotunda o por aclamación popular, si alguien merece ser honrado con profusión de afectos por su infinita devoción a la ciudad, que lo abrazó como uno de sus hijos predilectos, ese es Alfredo.

Sus incontables méritos como historiador, gestor cultural, educador intergeneracional, escritor, quijote de mil batallas y observador penetrante de la cotidianeidad currambera y carnavalera hicieron de él un ser humano excepcional. Porque, a decir verdad, él sí que era un intelectual de pleno derecho que supo erigirse con soberbio derroche de ingenio y picardía, en el más simpático, auténtico e invaluable pregonero de nuestra fiesta grande.

Indiscutiblemente Alfredo de la Espriella será por siempre el ‘bandolero mayor’ de Barranquilla. Autor de 59 bandos inolvidables, un hito difícilmente repetible, el primero de ellos el 20 de enero de 1949, se expresaba con sapiencia suma de lo divino y lo humano en sus jocosos decretos reales. Solo él, poseedor del inefable don de perratear con igual desparpajo que elegancia, era capaz de mandar pa’l carajo a todo maretira o matacongos, que con ínfulas de café con leche se atreviera a salir en Carnaval “sin disfraz, careta, capuchón, máscara o antifaz”. Su habilidad de mofarse de los ‘intocables’ era portentosa.

Nada se le escapaba a su aguda pluma coronada por una elocuencia deslumbrante que hacía claudicar al más asceta, so pena de terminar en el despelote de la vara santa. De su mano prodigiosa, como perenne cronista de las tradiciones carnestoléndicas, Barranquilla aprendió a reconocer el goce infinito de una fiesta que nos descubre a todos en igualdad de condiciones, cómplices, compenetrados, desfogando pasiones condensadas entre el mar y el río como en ninguna otra época del año. Lazos que han hecho de Curramba un sitio único.

El talento de Alfredo para contagiar emociones a través de sus escritos, la riqueza de su verbo poético, el donaire de su estilo caribeño, su entrañable cercanía con nuestra esencia, la mirada de un visionario comprometido en dejar un legado para su amado terruño, todo aquello cultivado con hercúlea dedicación, mezcla de exquisita erudición y genuina pasión, lo compartió de una forma espléndida, generosa, para dar fuerza a las ideas en las que creía.

Nunca negó a nadie una de sus excelsas lecciones sobre memoria, sentido de pertenencia e identidad, a tal punto que se convirtió con el paso del tiempo, por convicción categórica, en el gran maestro y valedor de nuestro acervo cultural, cívico e histórico. Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo fuimos testigos de la paciencia, esmero y dedicación con los que enseñaba a los demás el intangible valor de atesorar y construir pasado, presente y futuro, sin exclusiones ni diferencias. Su vocación de servicio era tan amplia, desinteresada y honesta que, pese al trajín de su copada agenda, siempre encontraba espacio para todos.

¡Cómo duele su partida! Sacude en lo más profundo porque él era parte del alma de Barranquilla, de su Carnaval, de nuestros valores identitarios, de un camino compartido que se recorre en fraternidad, poniendo peldaño tras peldaño para edificar un hogar entrañable.

Alfredo De la Espriella ha sido el más ilustre e insigne guardián de nuestra memoria histórica, el timonel de su cultura, durante décadas. Fue quien hizo realidad el proyecto de cimentar un espacio físico para conservar todo aquello que nos retrata. Él mismo se dio a la tarea de conseguirlo, adecuarlo y de recopilar sus pequeños grandes tesoros. Es el Museo Romántico, su obra maestra, el sueño de su vida, como se lo dijo a EL HERALDO su esposa, Gloria Díaz. Ahora que tantos exaltan las luchas del maestro, ríndanle el mejor de los homenajes, el que hubiera deseado: recuperar definitivamente su admirable museo. Así es.

La memoria es tan frágil que los seres humanos necesitamos de espacios como lo museos que nos sirvan de refugio contra el olvido. Pues, soñemos juntos que en el renovado Museo Romántico exista una sala tributo, dedicada a Alfredo De la Espriella que exalte su legado. Porque la historia deberá recordarnos siempre que un caballero culto, respetuoso, nacido en Ciénaga, Magdalena, se consideraba “el más barranquillero de todos” y, sin duda, lo era.