Fuera de memes, el televisado Consejo de Ministros del pasado martes desnudó las miserias del primer Gobierno de izquierda de Colombia. Poseído por su dogmática arrogancia, Petro quemó las naves –al defender con uñas y dientes– al impresentable Armando Benedetti, a quien oficializó como su jefe de despacho. No una, ni dos, sino hasta siete veces ante los emotivos reclamos, duros reproches y acusaciones de su círculo de confianza, el jefe de Estado desconoció su origen, rasgó las banderas del progresismo y dio todo tipo de volteretas relamiéndose en su incontenible verborrea para justificar lo que es injustificable.

La que debía ser una rendición de cuentas abierta, diferente si cabe, sobre la gestión del gabinete, decisión a todas luces improvisada que Petro ni siquiera informó a sus ministros, a quienes pasó al tablero en los más duros términos, derivó en un espectáculo grotesco, sumido en un tenso e irrespirable ambiente, con bandos de una contienda frontal, en la que no cabe duda que uno de los peor librados fue el propio director de la desafinada orquesta.

La falta de liderazgo o dispersión evidente de Petro para conducir con coherencia, orden, eficacia, método y coordinación los destinos del país, condición alertada de forma persistente por distintos sectores, no a manera de feroz oposición, sino de preocupante realidad, causa angustia. En el colmo del desvarío, la cadena de recriminaciones de unos funcionarios contra otros, durante seis tortuosas horas de un show escenificado en la Casa de Nariño, retrató el desgobierno que nos rige, su patética desarticulación institucional e incapacidad para tomar decisiones y ofrecer resultados ante las crisis que afronta la nación.

Quien puso luz a las tinieblas alrededor del nombramiento del omnipresente operador político, Armando Benedetti, y del vertiginoso ascenso de su avezada pupila, la novel canciller, Laura Sarabia, fue la vicepresidenta Francia Márquez. De supuestos chantajes, abusos de poder e irrespeto habló con su habitual franqueza. Ese estallido de verdad ratificó el secreto a voces más extendido del Ejecutivo: la fractura de su relación con Petro, el jefe.

El resto fue una explosión cósmica no controlada que el mandatario, centrado en su andanada de acusaciones contra los funcionarios por ser postizos, no hacerle caso, no creer en él y tener agendas paralelas debido a sus ambiciones electorales, no vio venir. A Márquez se sumaron las voces dolidas e inconformes de los ministros de Ambiente y Minas y de los directores de Prosperidad Social, Planeación Nacional, UNP y el Dapre, el dimitente Jorge Rojas, petristas pura sangre, menos elocuentes –eso sí– por aquello del amor verdadero.

Aun así no se guardaron nada. Temen, a causa de experiencias pasadas, que el hado de oportunismo, corrupción o falta de integridad asociado a Benedetti y Sarabia termine por engullir la promesa de cambio de su proyecto político de izquierda. Tarde. La verdad es que se les hizo tarde, a tenor de la rotunda defensa de Petro por el ‘loco’, al que emuló con Jaime Bateman, reconoció respaldo en su época de congresista, así como la habilidad política, también económica, o al menos eso pareció, para hacerlo presidente. Aunque sabe que le puede poner en jaque la estructura de su gobierno, es tal su nivel de confianza en él o la dimensión del vínculo que lo amarra, como un rehén al guardián de sus secretos, que les pidió una segunda oportunidad. Lo que le dijeron sus escuderos le importó un carajo.

Petro se atrinchera entre los que estima son sus auténticos valedores, le da la espalda a quienes lo arroparon desde sus inicios, señalándolos de lanzar un “ataque caníbal y autodestructivo” por espetarle verdades incomodas en su cara, e ignora el penoso escándalo de telerrealidad que reveló en vivo y en directo lo peor de su desnortado gobierno. En el día después, este luce aún más quebrado por las renuncias efectivas o anunciadas de los que evalúan marcharse, espantados por la sucesión de errores del mandatario, que lejos de asumir su responsabilidad política por la incompetencia de un gabinete que él designó promete espectáculo, pan y circo, en vez de una estrategia para ejecutar los compromisos.

¡Cuánta desazón! ¿Quién manda realmente? ¿Resistirá el Ejecutivo las guerras intestinas que se han declarado? ¿Benedetti moverá los hilos del poder para reconfigurar el gabinete con la policromía política que Petro ahora sí consiente? ¿Qué recibirá a cambio? Nos asaltan las dudas ahora que el Gobierno parece naufragar en el mar de una enorme hipocresía que amenaza con hundir al Titanic del Cambio, sin norte ni rumbo. Solo descrédito y vergüenza.