Elon Musk, el mayor señor feudal de la milmillonaria oligarquía tecnológica que alcanzó el poder político en Estados Unidos con Donald Trump, proclama cada vez que puede que los usuarios de X son ahora los medios de comunicación. Lo hace, cómo no, en su red social, la de su propiedad, que compró por decenas de miles de millones de dólares para hacer de ella una auténtica arma de manipulación masiva. Y en la que estamos todos, a decir verdad.
Se equivoca Musk. El supersecretario ejerce como juez y parte de un debate polarizante al extremo que él mismo ha alentado, a golpe de sus orquestados algoritmos que todo lo sesgan para sacar el máximo provecho en favor de sus intereses personales, económicos y políticos. Nada es casual ni espontáneo cuando se trata de los poderosos amos del universo digital que controlan nuestras vidas, a la humanidad entera, a través de sus redes sociales.
Porque son de ellos, no nuestras, y hacen parte de su estrategia de distracción colectiva para anular el pensamiento crítico y banalizar el debate público. Un modelo de negocio absolutamente exitoso sustentado en la economía de la atención: ganan dinero sin parar, mientras más tiempo permanecen los usuarios clavados de cabeza en las pantallas de sus celulares.
Su envolvente hechizo obedece al ‘filtro burbuja’, algoritmos que distorsionan o limitan la información a la que acceden los usuarios en las redes. No elegimos, ellos deciden lo que vemos o leemos, y claro que ‘triunfan’ porque es lo que cada persona desea recibir.
Lo que hace Musk en su red social o los dueños de las demás plataformas cuando defienden la circulación -con absoluta impunidad- de todo tipo de contenidos sin controles, ni límites o reglas, tampoco filtros éticos, no es más que pura propaganda. Les da lo mismo que por sus autopistas digitales descarrilen insultos racistas, ataques homofóbicos o material pedófilo.
Al fin y al cabo, su lucrativo sistema basado en algoritmos dirigidos se nutre de desinformación, noticias falsas y mentiras para fomentar confrontación, polarización o confusión. Hasta Meta renunció a verificar sus contenidos para no rendirle cuentas a nadie.
¡Bienvenidos al nuevo orden global impuesto por la tecnocasta!, un poder hegemónico como pocos en la historia, articulado para sacar adelante su autoritaria agenda de desregulación.
¿Lo que hacen los usuarios en redes sociales, como intentan hacer creer Musk y su combo, es periodismo? Definitivamente no lo es. La razón de fondo es que en las redes se comunica, se expresan opiniones o testimonios, se comparten contenidos, valiosos o no, pero no se informa, no como lo hacemos los medios de comunicación.
La prensa –por compromiso con sus audiencias- contrasta la información que divulga, la sustenta en fuentes acreditadas, se dedica a verificarla antes de darla a conocer, asumiendo total responsabilidad editorial sobre sus publicaciones, so pena de sanciones penales o sociales.
Los medios de comunicación, como sus periodistas, existen, son reales, no actúan desde el anonimato ni son bots direccionados con una determinada tarea y, sobre todo, siguen una línea editorial que, al margen de que se comparta o no, constituye una declaración de principios, valores y criterios que orientan su labor.
Nadie podría afirmar que sea un modelo perfecto, ¡faltaría más! Quien lo haga, miente. Pero, ciertamente, la prensa libre regida por normas consensuadas bajo el amparo del Estado de derecho es un pilar esencial de las sociedades democráticas, porque entrega herramientas a la ciudadanía, datos veraces y contrastados, para que sea capaz de tomar decisiones informadas con pensamiento crítico.
No deja de ser paradójico que el hombre más rico y poderoso en términos tecnológicos del planeta, en nombre de la libertad que preconiza en su red social, lance feroces ataques discursivos y financieros contra los medios para erosionar al periodismo, acusándolos de engañar, manipular o envenenar a la gente.
Quienes le copian no han entendido su patraña de intereses privados. Tragan entero. Mal hacen las fuerzas democráticas adhiriendo a esta narrativa en redes contra la prensa, en vez de garantizar su protección. Y luego se quejan.
Para desmontar la desinformación que nos impide diferenciar la verdad de la mentira, más alfabetización digital, también buen periodismo. Es de lo que más carecemos. Si no somos capaces de actuar para revertirlo, sucumbiremos ante la populista plutocracia tecnológica que extrae datos, genera rentas y nos roba tiempo, mientras pisotea la libertad de prensa.