Las declaraciones de amor suelen ser más pasionales e intensas cuando son mutuas. Las que Shakira y su gente barranquillera se profesaron durante los frenéticos conciertos del jueves y viernes en el estadio Metropolitano con toda seguridad ya deben haber quedado inscritas en la historia de los romances eternos. Esos que son verdaderamente inolvidables.

Fue la alegría de la perfecta comunión entre quienes se reencuentran tras una inevitable separación física. Shakira, dueña absoluta del escenario, ‘la Loba’ líder de la manada, entregada en cuerpo y alma desde el primer momento a decenas de miles de personas que convertidas por azares de la tecnología en titilantes estrellas corearon con frenesí sus imperdibles canciones, las actuales o las de tres décadas atrás. Da lo mismo. Cada día se le escuchan mejor, gustan más y emocionan en lo más profundo a sus incondicionales fieles.

No cabe duda de que cuando el amor es auténtico el tiempo no pasa y en el espacio compartido desaparecen las distancias supuestamente insalvables asociadas a edad, género, condición socioeconómica u otras circunstancias, porque al final son los sentimientos los que mandan.

Liberada de las comprensibles defensas que una loba herida levanta para encarar entornos hostiles o desconocidos y resguardada por la mirada protectora de su madre, Nydia Ripoll, de sus hijos, Milan y Sasha, del resto de su familia, de los amigos entrañables y de quienes la vieron crecer o crecieron con ella, Shakira –'La fuerte’, porque sin duda lo es–, se abandonó al más puro amor. Fueron claudicaciones instantáneas que la acercaron casi al llanto por las incontenibles emociones que la sacudían al estar por fin en casa, en la tierra donde admite que ha sido más feliz que nunca, y con aquellos con los que siempre, afirma, serán uno solo.

Como el amor es la gran prueba por excelencia, capaz de elevarnos al cielo o de estrellarnos contra el infierno, cuando la red de afectos que nos da sentido se encuentra en riesgo, la vida se hace aún más desafiante. La adversa coyuntura de salud don William, el padre de la artista, le sumó un halo de excepcionalidad a una noche rebosante de emociones que ella misma supo resumir con una frase apenas perceptible, pero desgarradoramente diciente: “Ojalá mi papá pudiera ver esto”.

Bastaría decir que él sabía que sucedería alguna vez, porque su noble corazón se lo había anticipado: su niña sería profeta a rabiar en su terruño.

Ya lo era desde hace tiempo, a decir verdad. Pero ahora cuando una nueva mujer emergió del dolor tras levantarse de sus caídas y abandonar el desierto de desamor que recorrió durante un largo tiempo, el regreso a casa cobra un nuevo significado. Nada como cantar aquí con la brisa currambera acariciándole el rostro, luciendo sombrero vueltiao, y tributando un homenaje a nuestros símbolos identitarios, el Carnaval, la reina y su majestad la cumbia; la música del inmortal Joe Arroyo y su himno ‘En Barranquilla me quedo’, interpretado por el maestro Chelito De Castro, y el retumbe de ‘Te Olvidé’, con los que refrendó el sentido de su célebre frase ante el mundo: “Mira en Barranquilla se baila así”. Apoteósico.

Imposible un momento de una complicidad más íntima entre tantas vidas unidas por unos acordes que representan lo que somos, lo que amamos y que repercuten en nosotros cada vez que suenan. Son las claves invaluables de la música de Shakira. Canciones a ritmo de pop, rock, salsa, bachata, champeta, reguetón o chandé, con las que hemos escrito nuestras propias historias personales: desde la mítica ‘Antología’ hasta la aguda ‘Bzrp Music Sessions, Vol. 53′, pasando por la inspiradora ‘Pies Descalzos, Sueños Blancos’. ¡Cuánta agua ha corrido bajo el puente de una existencia tan prolífica como la de esta artista excepcional!

Ahora bien, estos multitudinarios conciertos nos dejan un extenso listado de oportunidades de mejora en materia logística, de organización, de movilidad, que Distrito, Policía y empresarios deben evaluar con acierto para ofrecer una mejor experiencia a los asistentes.

Hemos creado tantos recuerdos comunes con Shakira que si es feliz, como se le vio en sus conciertos en Barranquilla, ciudad a la que le ha confesado su amor, lo celebramos. Si como dijo, lo vivido en su tierra no se le olvidará jamás, porque fue un regalo o una recompensa soñada, confiamos en que se repita pronto y no pasen otros 19 años para verla en un show en su casa. Somos de Shakira, eso está claro, porque su música nos completa, como la devoción de este público tan extraordinario volcado a quererla la hace a ella más resistente.