La salida de Diego Guevara del Ministerio de Hacienda es otro salto al vacío del Ejecutivo. No hace falta ser analista para reparar en sus innegables efectos. Añade más incertidumbre al inquietante rumbo fiscal del país, envía señales de inestabilidad a los mercados, los inversionistas la perciben como otro signo de desconfianza por su impacto en la dinámica macroeconómica de la nación y deja en el aire la toma de impostergables decisiones, como un nuevo recorte presupuestal que enderece la sinuosa coyuntura de las finanzas públicas.

El asunto de fondo detrás de la renuncia del funcionario, quien permaneció desde el inicio del Gobierno en la cartera de Hacienda, primero como viceministro y finalmente como su máximo responsable, es más serio de lo que parece. Guevara, coinciden distintas voces, se marchó porque en el ejercicio de sus funciones, actuando con coherencia fiscal como el guardián de la credibilidad financiera del país que era, le dijo ‘no’ al presidente Petro.

Guevara demostró su rigor técnico adoptando medidas draconianas para revertir una estrechez fiscal desafiante por la inatajable caída del recaudo, las abrumadoras dificultades de caja, el aumento del gasto público o el elevado pago de la deuda. Tampoco tenía otra opción. Tras el recorte presupuestal por $28 billones en el 2024 y el aplazamiento de $12 billones en el de 2025, confirmaba hace unos días la necesidad de un nuevo tijeretazo por otros $12 billones y de ajustes adicionales para atajar el déficit, mientras desestimaba la presentación de una reforma tributaria 3.0, en vista de las altas tensiones con el Congreso.

Es evidente que algunas de sus posiciones, vaya a saber si también su compromiso con los gremios energéticos para garantizar el pago de obligaciones pendientes del Estado respecto a subsidios o su talante conciliador para consensuar la reprogramación de vigencias futuras y los desembolsos a regiones, en aras de la mayor austeridad, contrariaron al jefe de Estado.

No se puede negar que en todo esto subsiste una ironía desoladora. Prescindir de una figura responsable, determinada a respetar al máximo la sostenibilidad fiscal, honrando sus compromisos y sincerando públicamente el estado real de las renqueantes cuentas de la nación, abre caminos aún más inciertos en el propósito general –suponemos que es así- de dejar atrás el histórico déficit que nos ha situado en la retina de las calificadoras de riesgo.

Sin cálculo político, despojado de intereses individualistas, el ahora exministro procuró hacer su mejor esfuerzo. Nadie lo podría acusar de tener agenda paralela, quizás de estar en el lugar equivocado, pero su decisión personal era aportar a la estabilidad o solidez de la política fiscal y económica del país, pese a tener que lidiar con resistencias internas que dificultaban su labor. Ahora sabemos en qué terminó aquello. Debió dar un paso al costado.

La partida del economista de 39 años que encarnaba un modelo de pragmatismo técnico, emancipado de decir sí a todo lo que la Casa de Nariño considerara procedente, aunque no lo fuera, ha causado desazón. No solamente porque es el tercer ministro de Hacienda que sale del cargo en menos de 30 meses de gobierno, circunstancia inédita en seis décadas. También porque su sucesor tendrá que adquirir, en tiempo récord, el ritmo para ponerse al frente de una crisis que demanda resoluciones apremiantes que recuperen confianza, eviten que se dispare la percepción de riesgo país y conjuren que se rompa la regla fiscal por segundo año consecutivo. Asunto poco probable, a decir verdad, teniendo en cuenta las posturas del presidente Petro, divergentes con las defendidas por quien era su ministro.

Por su estrecha relación con el mandatario, la designación del economista Germán Ávila, que marca el inicio de una nueva era en la cartera más relevante del Ejecutivo, en particular por la fragilidad del momento, se recibe como una encrucijada estratégica. Ahora, sus retos no serán distintos a los que el presidente le objetó a su antecesor. La cuestión es si tendrá la firmeza para ejecutar medidas impopulares, como recortes de gasto adicionales, justo cuando su jefe anticipó la campaña electoral del 2026. ¿O será capaz de forjar una identidad propia en el cargo? En cualquier caso, haría bien que se mirara en el espejo de la salida de Guevara para asumir que llevar la contraria, algo inherente a su gestión, podría ser el precio a pagar. Lo otro es que Petro lo entendiera así. Pero, a estas alturas, eso es pedir demasiado.