El acuerdo sobre una tregua en Ucrania es apenas un espejismo. Si bien es cierto que los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin consensuaron esta semana lo más parecido a un cese de hostilidades limitado para suspender 30 días los bombardeos o ataques sobre las infraestructuras energéticas de ambas naciones, este en ningún caso puede considerarse un alto el fuego total o definitivo ni mucho menos un pacto de paz duradero con garantías reales de seguridad. Tampoco es posible señalar con certeza si entró en vigor o se incumple.

Dicho de otra manera, la guerra sobre el terreno, en el frente de batalla, entre agresor y agredido, continúa invariable, aumentando sus devastadores impactos -sobre todo por las pérdidas de vidas humanas- a la larga cadena de sufrimiento que se inició hace tres años luego de la invasión de Rusia. De hecho, en las últimas horas, el Kremlin ha lanzado ataques masivos con drones contra ciudades ucranianas, mientras Moscú y Kiev se acusan mutuamente de irrespetar la tregua, no oficial, y de haber destruido una planta de gas rusa.

Pese a todo, lo que las partes intentan ganar es tiempo. Putin le ‘compró’ a su homólogo estadounidense la propuesta de un alto el fuego, pero impone exigencias a su favor. Queda bien con Trump, su nuevo mejor amigo, y decide qué tipo de tregua le es más ventajosa. En ese contexto, se decanta por el sector energético para detener los ataques de Ucrania contra sus refinerías y depósitos de combustible, una ofensiva que ha mermado su capacidad de distribuir petróleo y gasolina, pero no cede ni un ápice en los territorios ucranianos bajo su control. Al fin y al cabo, lo que busca es consolidar su posición en el país.

Zelenski, presidente de Ucrania, acepta porque no quiere ser visto como un obstáculo para alcanzar una paz duradera y segura con Rusia. El mediático episodio de su enfrentamiento verbal con Trump y su vicepresidente, J.D. Vance, en la Casa Blanca durante un convulso encuentro para la historia, provocó que Washington suspendiera una semana la entrega de inteligencia militar y armas a Kiev. Período que Rusia capitalizó para intensificar sus ataques.

A Trump, quien funge como el amable componedor entre Rusia y Kiev, no lo mueven razones humanitarias. Quizás sí aspira a colgarse la medalla de ser el artífice de un acuerdo definitivo, pero lo que realmente lo empuja son sus intereses estratégicos. El magnate no da puntada sin dedal. No solo busca redefinir los términos del acuerdo con Ucrania sobre sus minerales raros o críticos, demandando el 50 % de ingresos de la futura explotación de esos recursos energéticos, a cambio de mantener su respaldo. Ahora pretende controlar sus cuatro centrales nucleares para garantizar, aclara, la protección de las infraestructuras.

Así que era cuestión de tiempo para que Trump destapara sus cartas en una negociación desigual, sin un plan claro ni líneas rojas, en la que ha presionado al más débil, Zelenski, para ganar el favor del más fuerte, Putin, el que realmente está poniendo las condiciones.

La que paralelamente confía en comprar tiempo es la Unión Europea. El bloque comunitario saluda el avance entre Washington y Moscú, pero consciente de que Trump prioriza a Putin, continúa construyendo de manera conjunta, a excepción de la previsible autoexclusión de Hungría, -aliada de Rusia- su plan de rearme, invirtiendo más de 800 mil millones de euros en un “muro” de defensa, que potencie sus capacidades, para disuadir al Kremlin de lanzar un ataque contra uno de sus países en el futuro. Ese es el nivel de amenaza que percibe Europa, resuelta a ocuparse de su propia seguridad en vez de dejarla en manos de EE. UU.

A sus líderes, con un Trump que los mira de reojo, les corre prisa. La seguridad de Europa está ligada a una paz duradera, estable y con garantías en Ucrania. Si no es posible, están decididos a incrementar la posición de fuerza de Kiev en la guerra para que también la tenga en la mesa de negociación. El quid del asunto es que ni siquiera la convocan. Este domingo enviados de Estados Unidos y Rusia se reunirán en Arabia Saudita sin Kiev. Otro espejismo.