Justo en seis meses, el domingo 29 de octubre, los colombianos estamos convocados a las urnas para elegir a las autoridades regionales. Aún queda, es cierto, pero en vista del descomunal poder territorial en juego, los partidos políticos, grupos significativos de ciudadanos, comités independientes y, en general, quienes han expresado de manera pública su interés en participar en el proceso electoral tienen activadas, no de ahora, sino desde hace semanas, sus aceitadas maquinarias para captar o conquistar el voto. Seducir a electores en tiempos de creciente desafección política se convierte en una tarea titánica. Razones hay de sobra para desconfiar, así que no se quejen, porque es bien sabido que quien siembra tormentas, cosechará tempestades.

Nuestros vicios, tan frecuentes como predecibles, anticipan un escenario dramático en los próximos meses, en los que nos veremos saturados de anuncios grandilocuentes, rostros conocidos o anónimos que nos sonríen sin alma, una avalancha de avisos, pendones y vallas con colores estridentes para invitar a la fácil recordación de sus protagonistas y, cómo no, encuestas por doquier, algunas de ellas bastante falibles. Por mucho que se nos intente hacer creer que estamos bajo un renovado tiempo en la manera de hacer política con mejoras en las formas soportadas en una pretendida superioridad moral, la realidad hasta ahora no ofrece nada nuevo bajo el sol. Habrá que esperar, apenas a finales de junio se iniciará en firme el periodo de inscripción de candidatos y de sus listas que vencerá un mes después, 90 días antes de la elección.

Así que todavía es prematuro anticipar movimientos en el horizonte inmediato por aquello de no incurrir en ruidos excesivos que conduzcan a descréditos tempraneros. Claro está que no hace falta ser analista, basta ser votante y casi todos lo somos, para saber que lo que se nos viene es candela. Cuando entremos de lleno en la competición, no se descarta que asomen, como sucedió en las últimas elecciones presidenciales, insólitos episodios de oportunismo electoral, de exasperante polarización aderezada de sectarismo, grandes dosis de vieja politiquería y el clientelismo de siempre que se retroalimentan para no desaparecer, y, por supuesto, el impajaritable cúmulo de escandalosas mentiras del tamaño de una catedral que justifican el autoengaño de los más incautos, esos que son capaces de acudir a todos los mecanismos psicológicos posibles para no cuestionar, sino creer. También veremos, me temo, al infaltable ejército de contritos o desencantados de la política que asumieron como dogma de fe las promesas de sus líderes con pies de barro y que ahora darán un triple salto mortal para no soltarlos, pese a todo. Cuánto daño le ha hecho a la democracia este circo desvinculado por completo de ética.

Por lo pronto, mientras la maquinaria va inflando expectativas, candidatos y un estado de opinión calamitoso que desate rabia, desesperación y odio para llevarnos a votar berracos, la Registraduría insiste en sus alertas sobre el riesgo electoral por razones de inseguridad en 90 municipios. Coinciden con zonas bajo el control de grupos armados ilegales, disidencias de Farc, Clan del Golfo o Eln. Retroceso, en toda regla, frente a procesos anteriores que exige la intervención a fondo del Estado, para que el derecho al voto de los ciudadanos no se vea vulnerado. Dejar que otros decidan por uno, en especial quienes están armados, es una afrenta al estado de Derecho que no se puede tolerar. ¿Cuáles son las garantías que ofrece la institucionalidad a comunidades arrinconadas por el miedo? La Misión de Observación Electoral permanece vigilante por la creciente amenaza contra liderazgos políticos, sociales y comunales, mientras que el Consejo Nacional Electoral, como le confirmó el magistrado César Lorduy a EL HERALDO, prepara un mapeo definitivo sobre esta situación que pone en jaque a la democracia. Que no se le haga tarde al Gobierno del Cambio, comenzando por el nuevo ministro del Interior, Luis Fernando Velasco, quien también tiene un ojo puesto sobre el volcán Nevado del Ruiz, como director encargado de la Ungrd, para adoptar medidas. No sea que el monstruo de la violencia electoral siga creciendo.