“La prisión (existe) en la mente”, escribió el líder opositor ruso Alexéi Navalni desde su celda en una cárcel en el ártico, a las afueras de Moscú en 2021, cuando libraba una lucha que él mismo sabía era mucho más grande que estar tras las rejas. En medio de los trabajos forzosos a los que era sometido y al confinamiento solitario al que había sido destinado, siempre, y en cada una de las alocuciones a las que el mundo tuvo acceso, se le veía con una sonrisa y lanzando ácidos y sarcásticos comentarios hacia el presidente Vladimir Putin, como si supiera que lo estaba escuchando y mirando fijamente a los ojos. ¿Por qué?

Navalni, como pocos, se preparó no solo para hacerle contrapeso al Kremlin y su máximo representante, sino que, como si estuviera librando una extensa batalla, se dedicó a conocer a su enemigo, y vaya que lo logró. Tanto así que en 2020 sobrevivió a su primer intento de asesinato cuando fue envenenado con el agente nervioso Novichok, untado dentro de su ropa interior. Este poderoso químico fue desarrollado en la extinta URSS entre 1970 y 1980 para superar en armamento a la OTAN.

Su recuperación, que se dio en Alemania, y que fue considerada por muchos como un milagro, lejos estuvo de apaciguarlo y hacerlo retroceder. Decidió regresar a Rusia el año siguiente a sabiendas de que sería recapturado. “Lo he ofendido mortalmente al sobrevivir. Entrará en la historia como un envenenador. Tuvimos a Yaroslav el Sabio y Alejandro el Libertador. Y ahora tendremos a Vladimir el Envenenador de Calzoncillos”, dijo desde el banquillo durante su juicio en 2021, de nuevo, con una sonrisa.

A partir de ahí, aseguran varios analistas, a Putin solo le quedaba una manera de silenciarlo, y ya en la cárcel, con una condena de 19 años de prisión por “extremismo”, se convirtió en blanco fácil, al menos en cuerpo, para cualquier ataque. Precisamente el pasado 15 de febrero, un día antes de que se conociera su muerte, varios medios europeos y estadounidenses recogieron que Navalni compareció ante un tribunal en el que se burló de los jueces de Putin, sugiriendo que deberían poner dinero en su cuenta porque se estaba quedando sin efectivo. Al día siguiente su templanza, cuidadosamente camuflada en sarcasmo, fue silenciada, aunque hasta el momento desde Rusia argumentan que todo se debió a un coágulo en la sangre.

Navalni siempre buscó no demostrar miedo, porque eso, según decía, alimentaba el ego de Putin, que lo usaba como fórmula mágica para dominar a sus oponentes. Pero no funcionó con él. Insistió en vida en su cruzada contra la corrupción y fue el artífice de una serie de películas tipo thriller publicadas en Youtube, en las que se evidenciaron las extravagancias de los gobernantes de Rusia, incluyendo al mismo Putin con su palacio de mil millones de dólares en la costa del Mar Negro.

Recoge acertadamente el New York Times otra de sus célebres frases en prisión: “No son las personas honestas las que asustan a las autoridades... sino las que no tienen miedo, o, para ser más precisos: las que pueden tenerlo, pero lo superan”. Por ello, son varios los que desde ya auguran un endurecimiento de la represión dentro del país, tanto por temas políticos como por posturas contrarias a la guerra contra Ucrania, por la que algunos aseguran 1.305 hombres y mujeres han sido procesados por el solo hecho de manifestarse en desacuerdo.

Así mismo, preocupa el destino de hombres como Ilya Yashin, el político que siguió a Navalni a prisión, o Vladimir KaráMurzá, historiador, político y periodista sentenciado a 25 años de prisión por hablar en contra de la guerra.

Ante este panorama el mundo debe también endurecer su postura frente al gobierno ruso y no jugar, como es el caso de varios países, a hacerse los de la vista gorda. Desde el bombardeo de Chechenia en el año 2000, pasando por la anexión de Crimea en 2014 y llegando a la guerra en Ucrania, no ha habido un precedente sólido que detenga el actuar del mandatario, que desafíe ese miedo que un solo Navalni enfrentó con valentía, encontrando la debilidad de Putin.