La hipocresía suele acompañar muchos de los propósitos más altruistas. Parece una paradoja incomprensible, pero la verdad es que los hechos o las realidades no siempre acompañan los discursos que procuran el bien colectivo cuando se habla, por ejemplo, de derechos fundamentales como la educación. Es imposible no sentirse cuestionado frente a un tesoro de valor inestimable que dura para el resto de la vida. Todos tendríamos que coincidir, y habría que ser un insensato para no hacerlo, que la formación es garantía de transformación social. Sin educación, piedra angular de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, se podrían debilitar e incluso derrumbar los cimientos del edificio del progreso que, a diario, tratan de construir las comunidades más vulnerables. Fallarles sería inmoral.

Cuando la educación fracasa, también lo hacen la democracia, la igualdad o la sostenibilidad. O ¿cómo aspiran las administraciones públicas e instancias privadas a que las nuevas generaciones comprendan la relevancia de asuntos claves para su presente y futuro, como la revolución digital o la emergencia ambiental? Frente a esa constante exigencia de lograr una educación “inclusiva, equitativa y de calidad”, que además innove, sea capaz de adaptarse a los cambios del actual paradigma y aumente sus recursos de financiación, no podemos equivocarnos. La ecuación es más sencilla de lo que parece. Por eso, cuesta entender cómo una institución educativa tan imprescindible como el Centro Social Don Bosco, que acoge a más de 3.200 estudiantes de barrios de escasos recursos e incalculables necesidades del sur de Barranquilla, considere el cierre de sus sedes en Rebolo y San Roque por su actual crisis económica.

Como si fuera un mantra, los gobiernos de turno, tanto los locales como los nacionales, reiteran con insistencia que la educación es su prioridad. Es más, millonarios presupuestos, aunque nunca suficientes para cerrar nuestras brechas o rezagos educativos, validan este tipo de afirmaciones. Pero como del dicho al hecho hay mucho trecho, al final la situación no resulta todo lo justa que se quisiera. La evidencia son estos dos casos puntuales: el Centro Social Don Bosco, asfixiado por crecientes aprietos financieros, y la antigua sede del Codeba, el Colegio de Barranquilla para Varones, otrora la primera institución de educación pública de la ciudad, hoy un muladar. Todos los llamados, casi súplicas de sus exalumnos, siguen cayendo en el saco roto de la Secretaría Distrital de Educación que no se compromete aún con una salida de fondo. O si la tienen, aún no la han revelado. Así que por el momento, el Codeba continúa abandonado por completo, como condenado a una postración inmerecida, con su estructura desmoronándose a pedazos debido al inexorable paso del tiempo o a la dañina mano de ladronzuelos de poca monta que saquean lo que queda de ella a diario. Ciertamente, indigna, cuando no atemoriza, su deplorable estado.

Desde hace 65 años, la comunidad salesiana forma de manera integral a niños, niñas y adolescentes del sur de Barranquilla como “buenos cristianos y ciudadanos honestos”, extendiendo el legado del icónico sacerdote Stanley Matutis, un hombre bueno que lo dio todo por esta zona de la ciudad, viviendo en ella hasta su muerte en 1999. Pues esa herencia de ser luz en medio de tantas hostilidades, no en vano el centro es reconocido como ‘el punto blanco en la zona negra’, es lo que en estos momentos se encuentra amenazada. La figura por la que opera, modalidad contratada, la expone a un riesgo financiero que el Distrito ya comunicó al Ministerio de Educación, para que extienda un salvavidas. Urge que lo haga.

Es absurdo que al mismo tiempo que actores públicos y privados evalúan o ponen en marcha iniciativas, fondeándolas con recursos, para rescatar a menores y jóvenes instrumentalizados por la criminalidad, se lancen alertas desalentadoras como la de las directivas del Don Bosco. ¿A dónde van a parar sus miles de estudiantes, en especial los de los últimos grados que reciben una formación técnica que con seguridad orientará su vida productiva futura? En tiempos de estrechez económica, lo único a lo que no se debe renunciar es a la educación, garantía primordial del ascensor social para quienes esperan dejar atrás la pobreza, marginalidad e ilegalidad que los acechan. No se puede comprender, por lo vergonzoso que resulta, por qué los colegios se cierran o los que están abandonados por desidia institucional jamás se recuperan. No más hipocresía. Superemos, de una vez por todas, el doble rasero, casi una forma de miseria moral, alrededor de la educación.