Juan Bautista Caraballo Rivera, Israel Rodríguez Pereira, Joel Alfonso Meriño Torregrosa y Omar Martínez Solís iban a cumplir su rutina diaria de actividades. En la madrugada de este viernes 31 de mayo esta cuatro personas coincidieron con la fatalidad que tenía destinada el vehículo en el que se movilizaban, al parecer con destino al centro de Barranquilla.
La tragedia los sorprendió cuando el reloj marcaba entre las 3:30 y las 4 de la madrugada y el pavimento del puente Simón Bolívar de la calle 30 sobre la Circunvalar se socavó y se abrió un gigantesco cráter de siete metros de ancho por cinco metros de profundidad.
Al menos ese es el relato del primer testigo que presenció la dramática caída del vehículo que quedó en el fondo del socavón y que alcanzó a frenar el carro que conducía para intentar ayudar.
La oscuridad de la madrugada y la escasa iluminación del tramo vial hicieron su parte y una camioneta y una motocicleta que a esa hora también circulaban por la carretera terminaron precipitándose en el inmenso hueco.
Aunque aún es muy prematuro para establecer con claridad lo que pasó, lo cierto es que lo ocurrido, como casi todas las historias de colapsos de vías y puentes en Colombia, conduce a la trillada frase de que se trataba de la crónica de una tragedia anunciada.
Arrancando el nuevo período de mandatarios locales, la alcaldesa de Soledad, Alcira Sandoval, había enviado una carta a la Agencia Nacional de Infraestructura solicitando la intervención de las orejas del puente Simón Bolívar, en la que advertía a la entidad: “El mencionado tramo denominado Orejas del puente Simón Bolívar (calle 30) presenta un mal estado, generando incomodidad en la comunidad del sector y en los propietarios de vehículos que circulan por la vía”.
La carta está fechada 12 de marzo. 80 días después la advertencia quedó en papel, la carretera siguió prestando su servicio y finalmente pasó lo que no debía pasar: cuatro personas perdieron la vida.
Aunque entre las barajas de hipótesis del colapso del tramo del puente incluyen el mal estado de la carretera y la fuga de una tubería de alcantarillado, en cualquier caso la orfandad de este importantísimo corredor vial que conecta a Barranquilla y Soledad y de ahí a los municipios de la banda oriental del Atlántico es increíble.
Concluida la concesión Ruta Costera y adjudicado el nuevo contrato a Autopistas del Caribe, el tramo entre el puente y el aeropuerto Ernesto Cortissoz, de unos 6 kilómetros de extensión, quedó excluido y sin doliente para su mantenimiento.
Sin paternidad confirmada el hijo huérfano quedó a su suerte y desde 2020 no se le practicaba ningún tipo de mantenimiento, siguió soportando el tráfico diario de cerca de “82 mil vehículos, 358 mil pasajeros y 40 mil toneladas de carga”, según la estimación de la Corporación Empresarial del Oriente del Atlántico (CEO), que ve con preocupación el impacto económico de lo que significa el cierre total de la calle 30, que hace parte de la ruta 25 nacional y es una de las principales arterias viales de la región Caribe y del Atlántico.
El ministro de Transporte, que ya tenía programada su visita este viernes a Barranquilla, aseguró que la principal hipótesis de la emergencia tiene que ver con la “colmatación del terraplén de acceso” al puente y no estaría relacionada con la falta de actividades de mantenimiento.
También se comprometió con una inversión de $10 mil millones para la intervención del tramo de 6 kilómetros que está por fuera de Autopistas del Caribe, y se estima que rehabilitar el tránsito por el corredor vial podría tardar un mes.
Ojalá que la plata llegue rápido y que las obras se hagan para recuperar la carretera, pero más importante es que se defina a quién le corresponderá el mantenimiento permanente de esta vía nacional, clave en el PIB del departamento del Atlántico.
No debió pasar, pero pasó, que no se vuelva a repetir. Las vidas de Juan, Israel, Joel y Omar no se pueden recuperar. Lastimosamente no. Cualquiera que sea la hipótesis que finalmente se determine como la causa de la tragedia que hoy enluta a cuatro familias del Atlántico, el puente Simón Bolívar y el tramo ‘huérfano’ de la calle 30 debe tener un doliente que garantice su mantenimiento. Hay que hacer todo para evitar que se repitan estas historias.