2022 debe ser el año para el retorno a la presencialidad plena en las universidades. Como ocurrió en escuelas y colegios, que en los últimos meses normalizaron sus labores académicas, la comunidad educativa de los centros universitarios está en mora de hacerlo. Es hora de hacer frente a sus retrocesos ya identificados en materia de aprendizajes, incremento de brechas de la calidad educativa, deterioro en las condiciones socioemocionales de alumnos, además del aumento de la deserción. Razones más que suficientes para reabrir los campus universitarios a partir de enero.

Aplazar la vuelta a las aulas de clase en las universidades no resolverá sus problemas. En vez de apelar a nuevas e intolerables excusas que dificulten la materialización de un objetivo impostergable por más tiempo, las instituciones de educación superior tienen que enfocarse en seguir consolidando soluciones para adaptarse a la nueva realidad: desde asegurar adecuaciones en su infraestructura, planificar estrategias para acelerar la presencialidad y fijar incentivos que aumenten coberturas de vacunación.

En la definición de la agenda, la articulación con el Ministerio de Educación Nacional y las secretarías locales resultará fundamental. Una suma de esfuerzos en beneficio de estudiantes y docentes, quienes necesitan interactuar en persona para asegurar una experiencia de formación integral.

Claramente, los universitarios hoy no están recibiendo educación completa ni de calidad. La suspensión de las clases presenciales fue un suceso fortuito, imposible de achacar a nadie en particular. Pero mantener invariable el prolongado y agotador modelo de formación a distancia en 2022 sí tendría que considerarse un asunto atribuible a la pasividad y reticencia de determinados centros universitarios.

Los ciclos educativos en línea, bajo el actual momento de aforos habilitados al 100 % en todos los ámbitos y sectores productivos, no deberían ser consentidos por los integrantes de la comunidad educativa, en especial por los alumnos, principales afectados por las falencias de la virtualidad. Pese a su determinación, constancia y experiencia en postgrados –por ejemplo–, las universidades no lograron los resultados esperados.

Primero, porque hay programas que demandan presencialidad plena, como los que contemplan visitas a laboratorios o prácticas en talleres. Segundo, porque es en la cotidianidad de la vida universitaria donde se obtiene, al menos esa es la meta, el desarrollo de todas las dimensiones de una persona, antes de su salida al mundo profesional. Y tercero, porque como reclama la Asociación Colombiana de Representantes Estudiantiles (Acrees), solo a través de la presencialidad se puede avanzar en “los procesos de extensión, docencia e investigación”. Desafortunadamente, la educación a distancia no ambienta esta evolución humana, lo que podría truncar la realización plena de un individuo.

Cabe destacar que la educación online universitaria ha sido decisiva para millones de personas en lo más adverso de la pandemia, pero jamás reemplazará la aventura apasionante de crecimiento personal y profesional que proporcionan las vivencias en el interior de un campus. En ese sentido, no se puede olvidar a los jóvenes que han comenzado sus estudios durante los últimos tres semestres y que jamás han pisado la sede física de su universidad. Una generación en riesgo que merece ser priorizada.

En estos casi dos años de pandemia, muchos estudiantes decidieron suspender sus estudios, por voluntad propia, debido a que la virtualidad no llenaba sus expectativas. Otros, por problemas económicos. Ambas situaciones deben ser atendidas para ofrecer certezas del retorno a las aulas y opciones de retomar la formación.

El futuro no puede seguir siendo incierto para los universitarios. Ni los campus deben seguir cerrados o funcionando a media marcha. El llamado al sector educativo en 2022 es volver a la presencialidad total. Hoy las condiciones son totalmente distintas a las del inicio de la pandemia y el tránsito hacia la normalidad es inevitable. Basta ya de seguir dejando atrás a los estudiantes, ellos tienen que convertirse en la prioridad de nuestra sociedad, para evitarles más daños irreversibles.