Dos semanas después de la invasión rusa, en Ucrania se libran varias guerras que ponen en evidencia la derrota de la razón que resiste al mal.

La más amenazante, la desatada en las calles de sus martirizadas ciudades, transformadas actualmente en desolados campos de batalla, de los que intentan escapar a diario, en algunos casos con desenlaces fatales, decenas de miles de personas que se reconocen atrapadas por la demencial escalada belicista de un agresor impredecible, capaz de lanzar un ataque masivo con fuego de artillería sobre una central nuclear, como sucedió en Zaporiyia.

Vladímir Putin, en su irrebatible rol de dictador, parecería dispuesto a cruzar la línea roja del uso de las armas nucleares, con tal de desencadenar una hecatombe aniquiladora que le facilite concretar su propósito de quedarse con Ucrania. Contenerlo, a esta altura de la partida, parece poco posible.

No menos riesgosa es la guerra económica que sacude a los mercados bursátiles más importantes del mundo, nerviosos por la estabilidad en el suministro global, como consecuencia de las determinaciones de las grandes potencias sobre nuevas sanciones contra el Kremlin.

Mientras Estados Unidos veta las importaciones de petróleo, gas natural y carbón de Rusia, un castigo de doble vía porque también supone un costo enorme para sus ciudadanos debido al notable incremento de los combustibles, Rusia prohíbe exportaciones de productos y materias primas para evitar el desplome de su economía, duramente golpeada por las medidas de presión ordenadas por decenas de países.

En tanto, Moscú no descarta decretar un embargo al gas que llega a Europa a través del gasoducto Nord Stream 1.

Sin duda, imponer costos significativos a Putin y su entorno provocará respuestas todavía mayores, de alcance imprevisible, de quien ha quebrantado todos los límites posibles de la sensatez, acudiendo a la barbarie de la violencia extrema.

Otra maquinaria de guerra, igual de descabellada como peligrosa, es la de la desinformación. Por donde se mire, la verdad agoniza, al tiempo que el conflicto se recrudece. Cuentas oficiales del Gobierno de Ucrania, medios estatales rusos, canales a favor de los separatistas o de reconocidos líderes de opinión validan hechos de dudosa veracidad, sin contrastar, o simplemente mentirosos, para exacerbar nacionalismos a ultranza en los distintos bandos, intentando justificar lo inimaginable.

Es evidente que luego del estallido del primer disparo también se inició el incesante bombardeo de videos manipulados, noticias falsas, contenidos cuestionables o fotografías trucadas que, viralizadas en las redes sociales, apuestan por alterar la percepción de la opinión pública sobre un conflicto transmitido en tiempo real.

Rusia no defrauda en sus campañas de desinformación, muchas de las cuales han sido denunciadas en escenarios internacionales, al igual que su injerencia en procesos electorales allende sus fronteras.

Semanas antes de la invasión tapizó el camino de sus convoyes militares con falsedades sobre el fascismo y neonazismo ucraniano al que respondería con un asalto liberador de carácter limitado y efecto reducido en el este del país.

Ni lo uno ni lo otro ha ocurrido, excepto que las mentiras continúan produciéndose.

En el caso de Ucrania, la desinformación se centra en narrativas de propaganda clásica para respaldar el heroísmo o la fortaleza de sus mártires frente al invasor.

Bajo el liderazgo del presidente Zelenski, la estrategia ha sido efectiva para mantener la moral alta entre las tropas y obtener el apoyo internacional. Encarnizada batalla digital que en tiempo real disemina publicaciones no contrastadas que no logran ser verificadas por las empresas tecnológicas, que reaccionan tardíamente a la avalancha de hechos emocionales alrededor de una guerra en la que los bandos les disparan a todas las audiencias posibles. Sin los filtros necesarios, los montajes se propagan sin control por las redes sociales.

Groseras campañas de desinformación que la Unión Europea intenta atajar con censura, sin la certeza de que el remedio sea peor que la enfermedad.

La de Ucrania es, indudablemente, una guerra híbrida en la que los relatos alternativos han cobrado una relevancia descarnada y, frente a los cuales, no existen escudos protectores.