Llegó el día. El más esperado por millones de colombianos y venezolanos que debido a confrontaciones signadas por una enorme torpeza política y justificadas en ideologías opuestas -como si no existiera la diplomacia para gestionarlas- fueron obligados durante años a mantener en suspenso sus afectos familiares, relaciones laborales, vínculos comerciales, o sentimientos de vecindad. Por no ahondar en los casos más dramáticos de quienes, pese a la inocencia de sus escasos años, terminaron sometidos a los más espantosos vejámenes físicos o sexuales, tras haberse lanzado a la aventura de migrar, cruzando una frontera que jamás debió cerrarse. Este horror de abusos, ilegalidad, corrupción y formas de criminalidad, desde narcotráfico hasta extorsión, pasando por trata de personas o secuestro, debe ser erradicado. Se trata de imperativos humanitarios innegociables en este nuevo tiempo que se abre desde hoy.
Restablecer las relaciones diplomáticas entre dos naciones hermanas, aunque suene a cliché por lo cansino de la expresión, no solo era lo correcto por elementales razones, sino también lo imprescindible para superar situaciones anómalas cronificadas a ambos lados de la frontera. Hacerlo estaba sujeto al reconocimiento de Nicolás Maduro como autoridad legítima de Venezuela, lo que de manera acertada hizo el presidente Gustavo Petro. Lo demás está siendo una titánica labor de filigrana de la más altísima precisión que requerirá tiempo y, sin duda, grandes dosis de voluntad política. Esta última se da por descontada tras el ímpetu mostrado por el núcleo duro del chavismo en sus encuentros con el embajador de Colombia en Caracas, Armando Benedetti, pieza clave en este engranaje que empieza a acoplarse.
Al levantar la vista, el camino por recorrer para normalizar las relaciones diplomáticas con Venezuela -como lo que son: vínculos oficiales entre estados- en ningún caso luce fácil ni despejado. Muchas cosas han cambiado desde las mejores épocas del intercambio comercial, cuando este alcanzó en 2008 el récord de 7.200 millones de dólares. La fortísima crisis económica de Venezuela, de la que aún no se recupera, o las sanciones impuestas por Estados Unidos contra el régimen, al igual que cuestiones pendientes de tipo logístico, migratorio, aduanero, fitosanitario y de seguridad jurídica despiertan válidas inquietudes entre los empresarios colombianos que reconocen oportunidades, pero reclaman garantías, como las formas de pago. Aún el vecino país debe 300 millones de dólares a exportadores nacionales.
Ahora que todo tiene visos de acelerarse, se hace necesario definir un nuevo marco comercial que ofrezca estabilidad a los distintos eslabones de la cadena, en tanto se controla el contrabando y la informalidad elevados como nunca antes. Si algo disparó la ilegalidad en la frontera fue justamente su prolongado cierre, que fortaleció todo tipo de negocios ilícitos, estructuras armadas ilegales, criminalidad y acciones terroristas. Reanudar la cooperación militar y judicial, otro imperativo de las autoridades binacionales, pasa por concretar un nuevo enfoque de seguridad que supere las acusaciones mutuas sobre responsabilidades en la paternidad de estas lacras y se concentre en combatirlas con eficacia. La presencia de la guerrilla del Eln y disidencias de las Farc en el Arco Minero del Orinoco, epicentro de las más aberrantes formas de violencia, delitos ambientales y explotación sexual de niñas y mujeres, o las vendettas libradas por bandas criminales de origen venezolano, como ‘El tren de Aragua’, en las calles de las ciudades colombianas, merecen toda la atención de ambos gobiernos.
Luego de años de cinismo compartido, mirando hacia otro lado o desviando el foco de gravísimos problemas de variada naturaleza que hoy están fuera de control, es inobjetable que el conflicto fondeado en la porosa e inestable frontera saltó hacia el interior de ambos países. Superarlo no resultará simple, sobre todo porque Colombia no podrá ignorar ni desconocer que su nuevo mejor amigo, el régimen de Venezuela, está acusado por la comunidad internacional de cometer crímenes de lesa humanidad de forma sistemática. Aunque está llamado a ser un actor esencial en la estrategia de paz total del gobierno, no se debe extender un cheque en blanco a Maduro y a su corte. En este desafiante momento, en el que es difícil tener fe en el futuro, pero no conviene aferrarse al pasado, cada paso tendrá que ser medido sin caer en inmovilismo ni adanismo. Se aborda un tiempo cambiante en el que es fundamental estar bien preparados.