El creciente temor por nuevos hechos violentos durante la toma de posesión del demócrata Joe Biden, el presidente número 46 de los Estados Unidos, no tiene precedentes. Militares de la Guardia Nacional fuertemente armados duermen en los pasillos de un Capitolio blindado como si esperaran el estallido de una guerra. Más de 20 mil están siendo desplegados en Washington de cara a la ceremonia del día 20 de enero, que se realizará bajo un estado de “emergencia pública” que faculta a la alcaldesa de la ciudad, Muriel Bowser, de una amplia competencia para impedir actos de terrorismo por cuenta de extremistas pro Donald Trump dispuestos a acudir otra vez a la fuerza para imponerse a como dé lugar, como sucedió el pasado 6 de enero en el reprochable asalto al Congreso.

Estos fanáticos, que se hacen llamar ‘patriotas’ al sentirse protagonizando una gesta independentista como la ocurrida en 1776, son reconocidos negacionistas, partidiarios de las teorías de la conspiración e instigadores de las redes sociales y plataformas digitales, a través de movimientos radicalizados como QAnon. Lejos de escarmentar tras el asedio mortal al Capitolio, hoy estarían preparando nuevas protestas armadas en las 50 capitales estatales del país para manifestarse contra el fraude electoral que, a su juicio, se registró el pasado 3 de noviembre, organizado por un supuesto ‘Estado profundo’, el complejo entramado secreto gestado contra Trump y su círculo más cercano que catapultó a Joe Biden a la Casa Blanca.

Hipótesis delirante producto de una mentira repetida mil veces por la extrema derecha estadounidense hasta convertirla en verdad para gran complacencia del magnate republicano que, a pesar de estar ad portas del inicio de un nuevo juicio político en su contra en el Senado, el segundo de su Gobierno, por incitación a la insurrección luego del ataque al Legislativo, no se aparta del todo de las gravísimas acciones perpetradas por grupos violentos alimentados durante años por las mentiras, paranoias y retórica belicosa en las que fundamentó su mandato haciendo saltar por los aires la normalidad institucional y democrática de su nación.

Trump empieza a afrontar el rechazo político de sus propios partidiarios. Al menos 10 republicanos votaron a favor del juicio en su contra. En un mensaje que llega tarde y se recibe con beneficio de inventario, condenó "inequívocamente" la violencia en Washington y llamó a calmar los ánimos y a ayudar a promover la paz en un país en el que los directivos del FBI se están tomando muy en serio amenazas creíbles sobre posibles ataques a sedes estatales, edificios federales, residencias de legisladores y negocios.

Son días de extrema tensión previos a la juramentación del demócrata Biden y su vicepresidenta, Kamala Harris, que no son ajenos a la marabunta desatada por el sectarismo político de su antecesor. La incertidumbre juega en contra de este complejo momento en el que nadie sabe a ciencia cierta cómo se desarrollará el ‘impeachment’ contra Trump – nunca antes un presidente había sido acusado dos veces y, además, al final de una legislatura– ni tampoco existía una amenaza terrorista de esta magnitud surgida de las entrañas de la América profunda.

Ni Trump desaparecerá ni los trumpistas desistirán en su empeño de imponer su verdad y justicia a los demás. Desactivar tan nefasto legado de mentiras, tarea urgente de Biden, Harris y su equipo de Gobierno para recuperar la unidad de la nación americana.