En Colombia la atención en salud mental es deficiente. Siempre lo ha sido, por eso, en la medida en que esta crisis sanitaria se sigue prolongando, debe ser motivo de preocupación que millones de personas –seriamente afectadas por las consecuencias de los desafíos económicos y amargas experiencias acumulados durante la pandemia– no reciban apoyo para hacer frente a su deteriorado bienestar emocional, psicológico y social.

Expertos insisten en las alarmantes consecuencias de la actual coyuntura que estarían detrás del incremento de enfermedades mentales o conductas vinculadas al consumo de sustancias psicoactivas, violencia intrafamiliar y comportamientos agresivos. Es un hecho que la Covid-19 no solo está causando un cataclismo en la salud física o la economía de las personas, sino también en su estado de ánimo. Es lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) llama 'fatiga pandémica', un agotamiento mental y psicológico relacionado con un exceso de preocupaciones, sensación de extrema vulnerabilidad e indefensión, falta de sueño o ganas de comer, apatía generalizada y problemas para concentrarse o tomar decisiones. En otras palabras, un hartazgo infinito por meses de incertidumbre e inestabilidad, un tiempo desconcertante capaz de hacer tambalear al más fuerte. ¿Y quién lo es hoy luego de afrontar el miedo constante a un inminente contagio o de padecer sucesos traumáticos como la pérdida de un ser amado?

A juicio de los profesionales sanitarios, la ‘fatiga pandémica’ tiene además un efecto muy negativo en la lucha individual y colectiva contra la Covid-19. La desmotivación, hastío e incluso tristeza que hoy sacuden a millones de personas en todo el mundo está provocando que bajen la guardia frente a las medidas de prevención del contagio y se resistan al uso del tapaboca, al distanciamiento físico o a lavarse las manos de manera frecuente.

Tantos sentimientos encontrados sumados al estrés, ansiedad y malestar en torno al omnipresente virus, solo aliviados momentáneamente por las esperanzadoras noticias sobre avances en el desarrollo de las vacunas, están conduciendo a los ciudadanos, sobre todo a los más jóvenes, a sucumbir a la tentación de rendirse o, por lo menos, a tener menos ganas de cuidarse. Es como si, de manera acelerada, demasiadas personas estuvieran perdiendo el propósito que nos ha ocupado a lo largo de este desafiante año: darle la pelea al impredecible virus.

Un desafío inmenso para las autoridades de Barranquilla y Atlántico, que además de imponer comparendos o sanciones a quienes siguen asistiendo a fiestas masivas como si nada estuviera ocurriendo deberían intentar buscar estrategias más innovadoras para hacer llegar el mensaje de precaución sanitaria reforzando las conductas sociales preventivas con el propósito de concientizar a los ciudadanos frente a la amenaza real del virus. No hay que esperar pasar a un nuevo momento de la pandemia para entender que enfrentamos una nueva ola, la de la salud mental. Como si se tratara del coletazo del más devastador huracán, el impacto de la Covid-19 se dejará sentir quién sabe por cuánto tiempo y con un alcance muy difícil de pronosticar aún.

¿Alguien está pensando en cómo dar respuesta a las alteraciones emocionales leves o moderadas experimentadas por personas con condiciones de salud mental frágiles o con antecedentes por su exposición a hechos traumáticos relacionados, por ejemplo con distintas formas de violencia?

A pesar de que la convivencia social y la salud mental son prioridades en el Plan Decenal de Salud Pública 2012-2021, siguen siendo postergadas y los ciudadanos, principalmente los más pobres, afrontan considerables barreras para acceder a los limitados servicios ofrecidos por un sistema de salud en crisis, por no hablar de los mínimos avances en materia de prevención y promoción. Mientras más remota la zona, más impensable la atención con profesionales competentes y en terapias específicas, además porque no existen centros especializados.

Es prioritario adaptar los escasos recursos de la atención en salud mental a la creciente demanda de servicios, secuela de la pandemia. No esperar a que sea demasiado tarde y las brechas en el bienestar de los ciudadanos se hagan más profundas y pasen factura a generaciones cada vez más enfermas y envejecidas prematuramente.