Lo de Karol G en el Santiago Bernabéu de Madrid, España, fue apoteósico. Brutal, dirían por esos lares. Indiscutiblemente, una hazaña inédita. ‘La Bichota’ no solo reescribió la historia de la música en ese país al ser la primera artista en llenar cuatro jornadas seguidas, y hasta las banderas, el estadio del Real Madrid, también porque sus electrizantes actuaciones, todas ovacionadas hasta el delirio pusieron a cantar a todo pulmón, también a bailar, mejor aún, a ‘perrear’ en estado de éxtasis colectivo a los 240 mil asistentes en total que, sin duda, disfrutaron de “la noche más chimba de sus vidas”. Otro millón la siguió en su canal de YouTube con fascinación absoluta.
Y fue así porque más allá de lo pegadizo de las letras o ritmos de sus canciones, de su imponente show que la corona en la actualidad como la reina indiscutible de los escenarios o de la impecable producción adornada de guiños o detalles cuidados al máximo, como la aparición de la inolvidable Amaia Montero, exvocalista de La Oreja de Vang Gogh, la artista alcanza una verdadera comunión, una conexión emocional única e increíble con su público, conformado en su gran mayoría por mujeres de distintas generaciones, el cual se rinde por completo ante su poderosa energía, carismática personalidad o empática fuerza feminista, capaz de sanar la más triste historia de despecho o desamor, un mágico intercambio de sentimientos, de genuina sororidad.
Carolina Giraldo nos confirmó que puede con todo, a tal punto que su triunfante tour Mañana Será Bonito Forever, con más de dos millones de entradas vendidas en el mundo, la ratificó como lo que es: una colombiana de alcance universal. Y, a decir verdad, no son muchos los países que puedan presumir de tener algo así: una tipa dura, berracamente querida y admirada, que se declara orgullosa de sus raíces colombianas, de su humilde origen paisa. Sí, ¡un auténtico ‘Makinón’! que agradece con generosidad lo que está viviendo.
Basta revisar su impresionante cadena de éxitos para refrendar el crecimiento de una artista que supera toda lógica. La España mediática que ahora alucina con ella, hace cinco años la recibió con cierta distancia; hace dos comenzó a reconocer su talento, sobre todo durante el imponente desfile del Orgullo Gay en Madrid, cuando subida en una carroza ‘La Bichota’ emocionó a los asistentes. El resto es historia. Karol G, musa de los corazones que sueñan sin límites, cosechó en la renovada casa de los merengues los placenteros frutos de su esfuerzo, constancia y dedicación.
Cierto que el reguetón, la música urbana, y todo lo que de este género se deriva vive un dilatado cuarto de hora, pero también lo es que muchos de los que comenzaron a escalar con ella la dura cuesta del estrellato, hace por lo menos una década, nunca alcanzaron la cima, pese a haber trabajado duro. ¿Una mera cuestión de suerte? ¡Qué va!, eso sería simplificar lo extraordinario.
La decidida apuesta de Karol G a favor del empoderamiento de niñas y mujeres ha marcado una abismal diferencia con quienes ha dejado atrás. No solo las representa, también las transforma en un ejército de bichotas, bellas, poderosas, confiadas, seguras, y aunque ahora muchas de ellas, rotas de tristeza o dolor, no tengan opciones distintas que aguantar, mañana será bonito. Ahí radica una de las claves esenciales de su nexo con millones de almas que la siguen con devoción.
Sus potentes mensajes, tanto los que transmiten algunas de sus canciones como los que comparte en entrevistas, redes sociales o conciertos, han calado en lo más profundo de quienes ávidos de amor propio, autoestima, respeto o valoración afirmativa la han erigido como su referente de superación hasta tejer con ella sólidos vínculos de confianza, de afecto, una red de entrañable complicidad, como si fueran una familia. Entrega mutua, blindada contra el qué dirán.
En tiempos tan contradictorios como los actuales, la defensa por más derechos e igualdad que simboliza Karol G, y que también es una bandera contra el acoso, el maltrato físico, las agresiones verbales o los abusos emocionales, aún normalizados con total cinismo -al punto de que un embajador protagoniza un caso de violencia de género sin más-, pues resuena como una valerosa proclama de comprobado efecto balsámico contra tanto pendejo que anda suelto por ahí.
Será porque en el fondo del armario de nuestras vidas todos tenemos un poco de Carolina, la niña que nunca dejó de creer en lo imposible hasta hacerlo realidad, es que celebramos la trascendencia de Karol G, todo eso tan bueno que le ha pasado. Ella representa la encarnación misma de la catarsis, esa liberación emocional a la que tantos aspiramos cuando nos sentimos perdidos. Quizás una buena forma de encontrarnos sea sacando la bichota que llevamos dentro.