La tasa de desocupación en Colombia descendió fuertemente durante el cuarto mes del año hasta situarse en 11,2 %, bastante cerca de los niveles prepandemia. Este dato –el mejor de los ofrecidos por el Dane desde febrero de 2020, justo antes del inicio de la emergencia sanitaria por la pandemia– confirma la recuperación del 91 % del empleo perdido a lo largo de los últimos 27 meses, unos 5,2 millones de puestos de trabajo. Aún quedan 500 mil. Así las cosas, la población ocupada es de 21,9 millones de personas, frente a las 19,8 millones de un año atrás. Sin duda, el mercado laboral continúa reaccionando favorablemente a las medidas e incentivos adoptados por el Gobierno nacional, en consonancia con el sector privado, para estimular la creación de empleo, en especial para los jóvenes y las mujeres, los más golpeados por la crisis socioeconómica derivada de la pandemia, e incluso desde antes.

Es meritorio que 1,3 millones de mujeres, buena parte de ellas con edades entre 25 y 54 años, consiguieran o recuperaran trabajo en abril debido a la total apertura de instituciones educativas, espacios de cuidado infantil y centros para adultos mayores. Situación esperada en vista del avance de la vacunación que mantiene bajo control el virus e impulsa la reactivación económica con mayor dinamismo, facilitando la reincorporación de la fuerza laboral femenina a las ocupaciones remuneradas, tras casi dos años de estar dedicada a la economía del cuidado en sus hogares. Pese a ello, la brecha de género muestra una cifra aún inaceptable de 5,3 puntos porcentuales (la tasa desempleo de mujeres se ubica en 14, 2 % frente a 8,9 % de los hombres), lo cual requiere insistir en incentivos que la reduzcan por completo.

En este sentido, debe ser un propósito ineludible del Gobierno que se estrenará el 7 de agosto, con una mujer en la Vicepresidencia de la República, crear nuevos empleos, mucho más estables, en los que sean tenidos en cuenta enfoques diferenciales cuando se trate de madres cabeza de familia, integrantes de grupos étnicos o población víctima de la violencia, factores que inciden en una situación de mayor vulnerabilidad. Esta fórmula podría ser útil para hacer frente a la expansión de nuevas pobrezas y desigualdades sociales, exacerbadas de manera implacable durante el tiempo de la pandemia, en el que se agudizaron complejas problemáticas estructurales asociadas a la inseguridad alimentaria, en particular en hogares encabezados por madres jóvenes con hijos pequeños.

En Barranquilla y Soledad, 847 mil personas se encontraban ocupadas entre febrero y abril de 2022, frente al mismo periodo de 2021, cuando lo estaban 776 mil. Una reducción de 2,4 puntos porcentuales, que sitúa el desempleo en 12,3 %. Solo en la capital del Atlántico, 33 mil personas ingresaron al mercado laboral en este lapso. Siguen siendo pasos en la dirección correcta que siempre será posible mejorar con estrategias y planes de estímulo más robustos para crear puestos de trabajo e incorporar a quienes aún se encuentran en situación de informalidad laboral. Adecuar los sistemas de formación profesional y ocupacional a las necesidades del sector productivo es un reto aún pendiente para superar los rezagos de una economía que crece, pero no crea todo el empleo que se esperaría.

Junto a este desafío a largo plazo, el más inmediato es fortalecer la seguridad alimentaria de las familias vulnerables. En la medición del trimestre febrero a abril de 2022, el Dane señaló que el 57,4 % de ellas, en Barranquilla y Soledad, consumió tres comidas diarias frente a un 34 % que pudo hacerlo en el mismo periodo de 2021. Aunque todavía un 42,6 % de hogares pobres no logra acceder a las tres raciones, es posible advertir una mejoría atribuible a la obtención de más ingresos como en el caso de algunas mujeres, por la recuperación de sus empleos, sobre todo en el comercio organizado, el gran dinamizador de la reactivación en la ciudad. Los programas sociales del Distrito tienen que seguir siendo la punta de lanza del sostenimiento de quienes aún no han podido dejar atrás lo peor de la crisis. El meollo del asunto pasa por entregar –como hasta ahora se ha hecho– raciones alimentarias e implementar nuevas acciones. Una iniciativa que va en una buena dirección son las huertas urbanas comunitarias, financiadas por la Unión Europea, para mejorar el acceso de la población a alimentos. Pocas dudas caben ya de que estas estrategias deben mantenerse el tiempo que sea necesario para estabilizar a los más frágiles y encaminar de manera responsable su rumbo hacia un futuro posible, en especial para los niños y jóvenes.