Tristemente pasó desapercibida la conmemoración del primer Día Internacional de la Igualdad Salarial, que se cumplió el 18 septiembre. Una fecha con la que Naciones Unidas busca crear conciencia e impulsar esfuerzos para que mujeres y hombres reciban la misma remuneración por un trabajo de igual valor.

No es un tema menor que solo corresponda a organizaciones feministas comprometidas en lograr la justicia de género. Es un asunto directamente relacionado con el respeto por los Derechos Humanos y contra todas las formas de discriminación, entre ellas la que se ejerce contra mujeres y niñas. Además, los principios de igualdad y no discriminación son parte de las bases del Estado social de derecho.

Los hechos son tozudos y le dan absoluta validez a visibilizar una indolente realidad. Los sueldos de las mujeres están un 23% por debajo de los que perciben los hombres, o lo que es igual, las mujeres ganan menos de 80 centavos por cada dólar que obtienen los hombres. Una injusta proporción que se profundiza todavía más en el caso de madres cabeza de hogar, afrodescendientes, indígenas, desplazadas, migrantes, mujeres rurales y en condición de discapacidad.

La vulneración de los derechos de las mujeres en el ámbito laboral desencadena desigualdad en otras esferas de su vida y alimenta estereotipos de género acerca de las responsabilidades familiares en el hogar, que en vez de ser compartidas son descargadas únicamente en ellas. Ni siquiera las leyes promulgadas por los países para promover la no discriminación laboral de género, la igualdad salarial o la participación política femenina han logrado revertir esta intolerable disparidad.

Resulta lamentable comprobar, de acuerdo con las tasas de desempleo, cómo la Covid-19, que asola al mundo en este 2020, se ha ensañado con las mujeres. Los infaustos efectos de la pandemia en la economía familiar, especialmente en comunidades vulnerables, sectores informales y en el trabajo femenino agravarán mucho más la brecha salarial de género.

Es momento de levantar la voz por las mujeres, las del Caribe colombiano y el resto de Colombia, que tendrían que esperar 257 años para lograr la igualdad salarial si los indicadores de pago se mantienen como hasta ahora. ¿A alguien le cabe en la cabeza semejante despropósito? Es hora de abrir el debate para buscar respuestas como por qué las mujeres tienen que conformarse con desempeñar trabajos mal remunerados o ser contratadas a tiempo parcial; recibir sueldos por debajo del promedio, sacrificar hogar, aplazar o renunciar a la maternidad por falta de conciliación entre la vida laboral y familiar?

Demasiadas mujeres se encuentran con un infranqueable ‘techo de cristal’ que les impide seguir avanzando en su desarrollo profesional y salarial, a pesar de tener las mismas competencias que sus compañeros varones. Sin trabajos dignos y bien pagados, las mujeres no tienen posibilidad de acceder a seguridad social, licencia de maternidad o a una pensión en su vejez.

Todos los sectores, desde los Gobiernos nacional y locales, el sector público y privado, la academia, organizaciones sociales y sobre todo, cada ciudadano, deben comprometerse a poner fin a la desigualdad salarial, a erradicar los infames clichés de género que exponen a las mujeres a la discriminación y a las distintas violencias, así como a eliminar barreras institucionales y a reconocer el valor del trabajo en casa y el cuidado familiar no remunerado que deben empezar a ser redistribuidos.

Un mundo digno y justo para todos también exige garantizar igualdad salarial para las mujeres. Una lucha que resumió en sabias palabras la icónica magistrada de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg, recientemente fallecida, “no pido favores para mi género. Todo lo que pido de nuestros compañeros es que quiten sus pies de los nuestros”.