En 1987, durante los últimos momentos de la Unión Soviética, Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, líderes de las dos potencias que mantuvieron en vilo al mundo durante décadas, firmaron un tratado histórico que eliminaba los misiles nucleares de corto y mediano alcance.

Este pacto, originado en la voluntad de ambos bloques de poder global de aliviar la constante sensación de una inminente guerra cuyas consecuencias serían mucho mayores que las precedentes, fue uno de los hechos que contribuyeron a reconfigurar la geopolítica mundial, basada desde entonces en la caída de Rusia stalinista.

Tres décadas después, cuando las dos superpotencias militares del mundo son lideradas por dos hombres voluntariosos que luchan por imponer su influencia, la tranquilidad surgida de este pacto se ha venido al suelo: Estados Unidos anunció que se retiraba del acuerdo, en medio de explicaciones en las que acusa a Moscú de violarlo, un argumento que el gobierno de Putin devuelve con dardos en el mismo sentido.

Pero, las razones de Trump para abandonar el acuerdo nuclear sobre armas cortas y medias –que seguramente terminará en una decisión similar en el tratado sobre armas de largo alcance– apuntan, más que hacia el Kremlin, hacia Pekin: no es un secreto que el presidente norteamericano considera al gigante asiático como un enemigo potencialmente más peligroso que cualquier otro país, incluyendo Rusia. En ese sentido, Estados Unidos confía en unos nuevos acuerdos que involucren también al régimen liderado por Xi Jinping.

Lo cierto es que esta ruptura borra de un plumazo las conquistas de un largo trabajo diplomático que buscaba alejarnos a todos de una debacle nuclear, y le abre la puerta a una carrera armamentista muy peligrosa, esta vez con China como una tercera e impredecible variable.

El país oriental ha dejado muy claro en diferentes escenarios que no está dispuesto a reducir su capacidad nuclear, una decisión que compromete la hegemonía mundial de las, hasta ahora, dos superpotencias, y que obliga a mirar el problema a tres bandas, eso sin contar con la postura de países como India y Pakistán, que ya tienen un arsenal nuclear que no puede ignorarse, los cuales defenderán su derecho a mantenerlo.

Habrá que esperar si la apuesta de Trump de negociar nuevos pactos fructifica, o si, como lo vaticinan algunos análisis más pesimistas, el derrumbamiento de los acuerdos nucleares será el comienzo de la segunda parte de la Guerra Fría, un episodio que la humanidad comenzaba a olvidar y que parece destinado a renacer de sus cenizas, encendiendo las alarmas de quienes temen que el nuevo orden mundial dependa, una vez más, de quién tenga el mayor número de las armas capaces de extinguir toda la civilización con solo apretar un botón rojo.