Desde hace un tiempo el cambio climático es el tema primordial en muchas de las discusiones públicas globales. Poco a poco, las urgencias acerca del peligro que corre el planeta por cuenta de este fenómeno han pasado del fondo de la gaveta a estar a la vista en las agendas de líderes y ciudadanías.

En general se han ido consolidando dos bloques: por un lado, la comunidad científica y el activismo más o menos organizado —que, en teoría representa a la opinión pública mundial—, y en la otra orilla, los políticos, los gobiernos que de muchas formas se resisten a solucionar el problema, ya sea por la lentitud de sus actuaciones, o, en el peor de los casos, por su negación de la gravedad del tema.

Ningunas de esas dos maneras de los líderes mundiales se compadece con la realidad: el nivel del mar sigue subiendo, y con eso implica el incremento de los fenómenos extremos como las sequías y las inundaciones; si las emisiones de gases nocivos siguen como hasta ahora, la temperatura del planeta se elevará 5 grados en menos de 100 años.

Y no se trata solo de cifras repetidas sin cesar por científicos tercos y manifestantes indignados. Si no hacemos lo suficiente para mitigar el aumento de la temperatura, por ejemplo, deteniendo el ritmo de la deforestación, regulando la minería a cielo abierto, disminuyendo nuestra dependencia de los combustibles fósiles, minimizando la emisión de gases nocivos, nos enfrentaremos a consecuencias terribles como desplazamientos poblacionales masivos, crisis en las producciones agrícolas, deterioro en la salud de la población mundial, lo cual, a su vez, podría generar nuevos conflictos y un aumento severo de la desigualdad y la pobreza.

Así que estamos hablando de algo real, inminente y potencialmente catastrófico, cuyos efectos comenzarán a sentirse —¿cuándo no?—en los países más pobres.

Es por eso que urgen las acciones rápidas y eficaces de los países con mayor responsabilidad y más tendencia a dilatar sus compromisos: China, India y Estados Unidos, y también la insistencia de la sociedad civil en una presión decidida, argumentada y visible.

No será con la desidia con la cual se han tomado las decisiones del ahora desapasionado Acuerdo de París como lograremos darle un viraje definitivo a esta situación que amenaza con acabar con la vida tal y como la conocemos.

Y nosotros, desde los espacios ciudadanos que nos correspondan, también tenemos el deber de asumir a una actitud preponderante, no reaccionando sino actuando, mejorando nuestras prácticas cotidianas, informándonos, exigiéndoles a los gobernantes que el medio ambiente, y los riesgos implicados en el cambio climático, sean parte fundamental de las políticas públicas nacionales y locales.

Porque está en juego mucho más que unas estadísticas o los intereses de dos o tres compañías. Lo que está en juego es la supervivencia de nuestra especie y la de nuestro mundo.