¿Cómo puedes hablar en contra de algo que amas? Sin duda, es algo muy difícil de lograr, por significar nada más ni nada menos que ir en contra de tu propio ser. Sin embargo, lo intentaré.
Nada más desesperante para las personas que odiamos el fútbol que vivir en Barranquilla, una ciudad que se ha ganado todos los calificativos habidos y los próximos a inventarse en esta materia. Que es la casa de la selección Colombia, que es la cuna del fútbol colombiano, que su afición es la más bulliciosa del país, que su economía y su sensibilidad social se mueven al ritmo de los resultados de su equipo amado, el tal Junior de Barranquilla, dizque 'tu papá'.
Es que en esta ciudad macondiana nadie se acuerda de que también existimos personas que odiamos el fútbol, personas a quienes nos parece un deporte primario, de trogloditas, de irracionales, de solo músculos y sudor, generador de violencia y odios entre pares, por no comentar que fomenta el vandalismo, que por la profundidad del tema merece un análisis independiente.
Qué decepcionantes son los días siguientes a partidos importantes, que la Champions, que la Europa Ligue, que la Copa Libertadores, que la Suramericana; por donde uno se mete, taxis, salones de belleza, comercio, clínicas, oficinas públicas, etc., hay una escandalosa polémica de si fue o no penalti, si debió ser expulsado tal o cual jugador, que el árbitro fue un sí sé qué, o mejor, un no sé cuántas. Simple y llanamente desesperante. Deberían existir lugares (bares, restaurantes, cafés) libres de fútbol, así como existen para no fumadores.
Y qué decir de lo idiotizados que están los hombres por el fútbol: nos desgastamos por gusto en finas coqueterías sin que ellos siquiera se inmuten; nada más decepcionante que el novio posponga una salida porque está citado con su equipo en el estadio o en la televisión.
Por todo esto y por otras razones, ¡odio el fútbol! Planeta fútbol, ¡qué va! Coletilla: Definitivamente, como dice Eric Leunam, 'el odio es el disfraz del amor no correspondido'.