Fue horrible y bárbara la manera como se levantaron las iguanas. De un momento a otro empezaron a sorprender a la gente en los caminos. Caían en pandillas sobre los caminantes de los montes, los apaleaban, los amarraban y luego soltaban a los hombres. Se llevaban solamente a las mujeres. Como hormigas camineras, en una larga procesión verde, trasportaban a las víctimas de la misma manera como se transporta un santo monte dentro.
Y mientras los hombres, desesperados, iban al pueblo por ayuda y volvían armados, ellas tenían tiempo para irse, esconderse, y hasta para borrar el rastro. Esto empezó a suceder todos los años por septiembre. Era curioso. Pero pronto se encontró una explicación: nueve meses después de enero, por septiembre, el número de mujeres preñadas es mayor. El hombre colombiano siempre preña por los días de cosecha, por enero.
Por ello, cuando las mujeres estaban al parir, las iguanas atacaban. Nunca nadie supo cómo lo hacían. Pero los hombres supusieron: las iguanas se metían a los montes con sus víctimas en procesión, con las piernas y las manos amarradas por detrás, las desmontaban, ensuciaban sus barrigas de balón con baba espesa (para suavizar la piel) y las rajaban con piedras afiladas, extraían a las criaturas de los vientres, costuraban las heridas con majagua averaguada y sin que las mujeres pudieran caminar, las soltaban.
Tomaban las criaturas, las salaban, las adobaban, con toques de ajo y cebollín, y por un largo rato las cocinaban, en agua hirviendo. Después venía el banquete. Como no se alcanzaban a comer a todos los niños cocinados, los colgaban en racimos de las tiendas del mercado, y los vendían: secos, tostados, revejidos. Para algunas, así eran más sabrosos: con las entrañas duras, empedrecidas, aterronadas. Por esto, sólo por esto, los hombres declararon la guerra a las iguanas.
Y es fácil ver si se viaja por las tierras de la Costa, que los hombres se han vengado: ahora puede usted comprar huevos de iguana colgados de las tiendas del mercado. Se venden en racimos, en collares y en hileras, y han sido sacados de igual manera, así: abriéndoles el vientre a las iguanas, cocinándolos en ajo y cebollín. Y las heridas son cerradas de igual manera: costurándolas con majagua averaguada. No es que el hombre sea bárbaro, no. Las iguanas empezaron.