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El martes de Carnaval, cargando un monigote de trabajo, los barranquilleros andan por las calles como si de verdad estuvieran llorando a grito pelado por el fallecimiento de Joselito Carnaval, símbolo de jolgorio y de la alegría. Algunos, los que verdaderamente tienen ingenio para la versificación y la sátira, inventan responsos en verso en los que se habla de política, de deporte y de chismes locales.

La costumbre de enterrar al muñeco que representa el espíritu de las fiestas carnestolendas, no es nueva ni es barranquillera, como explicábamos en la crónica de ayer en torno a otros aspectos de los festejos que tampoco son autóctonos sino históricos en diversas partes del mundo, como el desfile de carrozas y disfraces.

En Italia, Francia y España es inmemorial la costumbre de encender una hoguera, el último día del Carnaval, en las que los bailarines echan madera, trapos, paja y un sinnúmero de objetos. En la parte de arriba de la candela se pone el monicongo que simboliza las fiestas. Tal como sucede en Barranquilla, italianos y franceses hacen la pantomima de que están llorando por la muerte de las fiestas.

Hay otros países, como Alemania, donde lo que se quema en la hoguera no es el cuerpo de Joselito Carnaval sino un gato negro vivo o una cruz negra, que representan los maleficios y la maldad de la mañana negra. Los alemanes, y otros pueblos de la Europa campesina, creen que el fuego es purificador y libra al hombre de los malos espíritus.

En Reus, ciudad donde se celebraba hasta antes de la Guerra Civil Española el más auténtico carnaval de ese país, el entierro del muñeco es verdaderamente curioso: apenas comienzan las fiestas, ponen a Joselito en un lugar visible, preferiblemente en la plaza, y el primer día le arrancan un brazo que es sepultado en un lugar determinado de antemano; al segundo día le quitan otro brazo, luego una pierna, y así sucesivamente. ¿Por qué lo hacen? Porque los españoles, con lógica y razón, dicen que el hombre no debe olvidar que la alegría, aún la de los carnavales, se va acabando a medida que avanzan las fiestas, y para que todo el mundo tenga presente y ese principio, Joselito es descuartizado lentamente.

Los romanos fueron los primeros en inventar el sepelio del muñeco carnavalero en demostración de pesar por la finalización de las fiestas. Durante la saturnales, o fiestas en homenaje al dios Saturno, un hombre era vestido completamente de blanco y con una máscara negra, y se le encomendaba la misión de servir de sepulturero a un hombrecito de trapo que era enterrado en plena calle. Mientras el falso sacerdote oraba en voz alta para que el alma de Paco –que era el muñeco– no pereciera en los abismos, el genio en su alrededor se emborrachaba hasta límites increíbles, y en la vía pública se escenificaban actos de lujuria y de locura como no se han vuelto a ver desde entonces.

ANTECESORA DE LAS REINAS JOSELITO DE CARNE Y HUESO

Las reinas de los barrios, con sus verbenas, sus comitivas y sus declaraciones por radio diciendo que «les habla Natagaima del barrio Rebolo, para invitarlos a mi baile», eso sí es un puro y genuino invento del Carnaval de Barranquilla.

En los carnavales de otros rincones del mundo no existen las reinas. Es más: al principio todo el mundo era igual en medio de la batahola de la fiesta. Pero los alemanes inventaron un carruaje especial, en el que iba la diosa Herta, símbolo de la Madre Tierra, y desde entonces ese carruaje solo es ocupado por una mujer de rostro cubierto que simboliza esa divinidad. Los romanos, por su parte, dedicaron el más esplendoroso y lujoso de los coches que tomaban parte en sus viejos carnavales, para hacerle un homenaje al mar, porque fue el océano la representación de la grandeza del Imperio Romano cuando se reabrió la navegación.

Asimismo, es bueno aclarar que las máscaras de carnaval no tienen como principio ocultar el rostro de quien las lleva puestas para tomarles el pelo a los demás. Por el contrario, su origen es verdaderamente serio y hasta un poco truculento: las máscaras fueron incorporadas a la fiesta callejera por los pueblos que conquistó Roma, y servían para rendir un culto a los muertos. Como las religiones siempre han representado a los muertos como seres sin rostro que viven felices o castigados en otra vida, entonces se ideó la máscara para simbolizar, en los desfiles de carnaval, ese cambio de cara de los fallecidos.

Se me olvidaba decir que el entierro de Joselito no se cumple en todas partes de la misma manera: en Barranquilla, Río de Janeiro y ciudades españolas se procede a un cortejo funerario como el de cualquier sepelio; en algunos pueblos italianos queman el muñeco en la vía pública; en aldeas de Alemania el monigote es «ahogado» en las aguas del Rin, y en Venecia la costumbre consiste en que cada vecino debe ahorcar su propio Joselito colgándolo de la ventana más vistosa de su casa.

Esta ceremonia tiene también su origen trágico y dramático. En las primeras celebraciones de las saturnales romanas, 30 días antes del Carnaval, los soldados escogían al más hermoso de sus compañeros y lo elegían como su soberano, vistiéndolo con ropajes reales y dándole poderes supremos para gobernarlos. Un mes después, al finalizar el jolgorio, el escogido tenía que suicidarse sobre el altar del dios Baco, de cuya vida silenciosa y libertina era la personificación.