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Para expresar la desazón que cunde actualmente frente a la realidad y al futuro de Barranquilla, se está haciendo frecuente el uso de frases como «esto se lo lleva un gancho de caña» o «esto está de apaga y vámonos».

Si bien es cierto que la anterior actitud no refleja exactamente la situación de nuestra ciudad (puesto que posee flagrantes dosis del consabido tropicalismo alarmista). La verdad es que por el otro lado las cosas tampoco son de color rosa como para elevar cánticos de elogios desmesurados.

Barranquilla –que puede catalogarse de «grande» entre las ciudades colombianas– ha venido enfrentando, y enfrenta, problemas muy típicos de urbes de su categoría. En lo que ha habido vergonzosa mora es en el hecho de que esos problemas no han sido enfrentados en forma decisiva, sino en «zig-zag» que en resumidas cuentas ha detenido hasta cierto punto el normal desarrollo que podría obtenerse. Y que debe obtenerse si es que deseamos poner fin a este «coqueteo» que hemos venido ejecutando con nuestros problemas.

Esta falla en el enfrentamiento ha hecho ahondar aún más los problemas, cuya solución –a medida que pasa el tiempo– requerirá esfuerzos económicos todavía mayores por razones muy obvias que tienen que ver principalmente con el fluctuante poder adquisitivo de la moneda. De no ponerse rápido coto a esta situación, todo cálculo presupuestario para Barranquilla quedará rezagado en la carrera de requerimientos en constante ascenso. Y terminaremos por producir únicamente más y más «clientes para el asfalto».

Cualquier dirigente industrial afirmará enfática e inequívocamente la importancia que un Mantenimiento (así, con ‹M› mayúscula) oportuno tiene para los destinos de su actividad fabril. Este es un aspecto que representa –a corto y largo plazo– un ahorro notorio que viene a hacerse patente en mayores utilidades y, por ende, en buenas posibilidades de progreso para su factoría.

Este principio –el de Mantenimiento– también tiene aplicación en la administración de lo que llamamos «cosa pública». Que en nuestro caso es una ciudad de nuestros amores: Barranquilla.

En Barranquilla los problemas han surgido y se han desarrollado por falta sustancial de Mantenimiento. Nosotros hemos optado por el camino diametralmente opuesto, entrenando al anterior sistema, constante y positivo, algo que hemos venido a denominar «interinidad». Interinidad versus Mantenimiento. Los resultados se han ido haciendo desagradablemente patentes…

La «interinidad» ha maniatado –voluntaria o involuntariamente– intenciones y decisiones de importancia para nuestros destinos. Ha paralizado como primera medida la necesaria conservación de lo ya realizado y ha frenado, por ende, la acometida hacia la realización de urgentes iniciativas, medulares para nuestro desarrollo.

La política –bien entendida, claro está– es un ejercicio noble y necesario en la dirección de pueblos o de ciudades. Infortunadamente, y como sucede con otras actividades humanas, a esta se adhieren muchas veces ciertos apéndices nocivos. Uno de esos apéndices es la llamada «politiquería», que como parece trascender del sonido del vocablo, entraña significados de suciedad, de actividad caracterizada por su poca limpidez.

Cuando la «politiquería» se entroniza dentro de un conglomerado, esta engendra una burocracia que se caracteriza por su ineficacia, su influencia paralizante y su compromiso con minúsculos (aunque también a veces mayúsculos) apetitos personales diametralmente opuestos a las verdaderas necesidades comunitarias.

En Barranquilla es necesario que lleguemos a comprender plenamente (si es que deseamos cambiar favorablemente una situación de la que nos quejamos a diario y en diferentes tonos de voz) que son precisamente las entidades políticas las que al fin y al cabo tienen sobre sí la responsabilidad ultimativa de configurar el sistema administrativo que nos pueda conducir a la solución de los problemas.

Son los verdaderos políticos –y no los «politiqueros»– quienes deben agarrar la batuta que haya de ser colocada en manos de un liderato dinámico, libre y capacitado, para nuestra ciudad. Bogotá ya lo hizo con los resultados que todos conocemos en la persona del Alcalde Barco. Cierta «atrevida agresividad» sería de provecho para Barranquilla, aunque no podría pretenderse que las mejores fuesen realizadas de la noche al día. Barranquilla merece, en verdad, un sincero esfuerzo en tal sentido.