La mayoría de las investigaciones acerca de las pasiones musicales de Gabriel García Márquez han apuntado hacia el vallenato, ese género del Caribe colombiano que fue consagrado en Cien años de soledad con varios episodios, entre ellos, el deambular errante de Francisco el Hombre. Además, sobran los testimonios: fotos del mago de Aracataca en Valledupar, en medio del Festival Vallenato, entonando las canciones de Rafael Escalona, mientras los periodistas Juan Gossaín y Enrique Santos Calderón lo observan con embeleso a la espera de que el improvisado juglar levite doce centímetros por encima del suelo, tal como el Padre Nicanor Reyna en la novela mencionada.
Así mismo, están los múltiples estudios sobre el vallenato en la vida y obra de Gabo, al igual que el listado de canciones sobre las que profesaba una singular admiración. Hay que recordar que, según el propio autor, El amor en los tiempos del cólera se iba a llamar La diosa coronada, título de una composición de Leandro Díaz cuyo primer verso, finalmente, apareció como epígrafe en dicha obra.
Sin embargo, fíjense ustedes, el mismo García Márquez, aguijoneado siempre por sus anecdóticas frases y sus recurrentes verdades a medias, diría en algún momento que, así como Cien años de soledad era un vallenato de 360 páginas, El amor en los tiempos del cólera era un bolero de 380 páginas. Y agregó que la estructura de su sexta novela, El otoño del patriarca, correspondía al concierto número 3 para piano de Bela Bartok, cuyo ritmo fluía mientras el escritor se sumergía cada vez más en el universo surrealista de su dictador universal. En fin, la cantante Shakira fue invitada por Gabo para que entonara tres boleros que, en últimas, formaron parte de la banda sonora de El amor en los tiempos del cólera.
El bolero: Aquellos tiempos de escritores
La música, particularmente el bolero, ha estado ligada al oficio de los escritores de nuestro continente. Aquellos que vivieron el esplendor del género musical en referencia vincularon a su producción literaria, o cultivaron, esa pasión por la melodía acompasada de la que nacieron innumerables historias de amor y desamor. Así, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Luis Rafael Sánchez, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges, entre otros.
Pero, antes, mucho antes, se había establecido una intrincada conexión entre el bolero y un escritor colombiano, de gran fama en su tiempo, y autor de más de cien libros que circularon como arroz en España y en América Latina: José María Vargas Vila. En realidad, aquella tonada cubana se asocia al modernismo en la literatura hispanoamericana, a finales del siglo diecinueve del que el ilustre panfletario fue uno de sus mejores exponentes.
Nuestro modernismo literario, sellado con la publicación del poemario Azul, de Rubén Darío, se desarrolló paralelo al bolero, género que cobró inusitada fuerza a principios del siglo veinte hasta prolongarse más allá de las primeras cinco décadas del anterior milenio.
Ochenta y seis años después de su muerte, Vargas Vila sigue atrayendo como un abismo. Hoy, al ver una carátula de Ibis, novela llamada la «Biblia del suicidio», desfilan en fuga una sucesión de personajes retorcidos por el amor, clamando a la muerte, sufriendo una pena muy honda a las puertas del infierno, esclavos del sentimiento que brota de la mujer-demonio, esas exquisitas encarnaciones con las que se ensañó Vargas Vila en medio de una prosa atrabiliaria que, sin embargo, permitió a Daniel Santos, El Jefe, desplegar al viento un bolero de su autoría titulado Vargas Vila. (Álbum: ¿Y Linda?, Daniel Santos con guitarra, sello Tropical, 1965)
Gabo y el bolero
Por su parte, cinco años después de su muerte, García Márquez sigue siendo recordado por ser el creador de un mundo paralelo, Macondo, y por haber obtenido el Premio Nobel de Literatura en 1982. Aquellas historias del «deicida», tal como lo llama Mario Vargas Llosa, fueron escritas no solo con el favor de sus sueños e ilusiones, de sus recuerdos familiares más recónditos, de su fino bagaje literario, y de su magia narrativa sino con la ayuda de un viento fresco: la música. Y en ella, el bolero.
«Bailamos la serie del Mambo N° 5, de Dámaso Pérez Prado. Con el aliento que me sobró me apoderé de las maracas en la tarima del conjunto tropical y canté al hilo más de una hora de boleros de Daniel Santos, Agustín Lara y Bienvenido Granda. A medida que cantaba, me sentía redimido por una brisa de liberación». (García Márquez, Vivir para contarla, Editorial Norma, 2002).
Lejanos están los tiempos de París, cuyas noches las habitaba Gabo para cantar boleros luego de fatigar la máquina de escribir al fondo de la buhardilla del Hotel de Flandre, donde se cocinaba a fuego lento El coronel no tiene quien le escriba. Era mediados y finales de la década del cincuenta del siglo pasado. En medio de sus conocidos padecimientos en la capital francesa, García Márquez frecuentaba L’ Escala, un bar de segunda mano ubicado a poca distancia de La Sorbona y del famoso teatro Odeón.
«En L´Scala nos reuníamos no para consumir, sino para cantar y ganar algo. Cantábamos canciones mexicanas y boleros cubanos, junto al pintor venezolano de apellido Soto. Todavía existe un cassette con el mexicano Carlos Fuentes donde cantábamos un Long Play de canciones mexicanas. Yo ganaba por noches unos francos con lo que iba agarrando algo. Pero no imaginas cuánto placer sentía cuando en la oscuridad las parejas se amaban al idilio de un bolero. Estas cosas ya las conté en la revista Opina de La Habana». (García Márquez, citado por el cronista musical cubano Rafael Lam Marimón en revista Cubasí, septiembre 20 de 2012).
Con el recuerdo de París y Venezuela, García Márquez arribó en tren a México el 26 de junio de 1961. Allí tendría la proximidad de los boleros y las rancheras, cuyas letras había aprendido de memoria en sus tiempos de periodista en Barranquilla. Pero ahora se abría una ciudad extraña que poco tenía que ver con sus demonios históricos o familiares.
Bertha Maldonado, la secretaria de Álvaro Mutis en aquellos tiempos, evoca la relación Gabo-boleros en un viaje realizado a Veracruz dos años después de la llegada del escritor a la tierra donde vivía y cantaba el cubano Bienvenido Granda.
«Si Gabo no hubiera recibido el divino don de la palabra, si no hubiera sido periodista y escritor, hubiera tenido mucho éxito como cantante de boleros. Por ahí en 1963-64 llegó Gabo a la oficina de publicidad de Álvaro (Mutis) con una maletita. Les pregunté adónde iban y me dijeron que a Veracruz, pues Gabo quería conocer el mar. Pedí que me llevaran y nos montamos en un ‹renaultcito›. Desde el momento en que nos subimos al coche, Gabo, sin parar, cantó uno tras otro, tras otro bolero, sin repetir. Uno lo llevaba al otro…».
De tal manera que México se constituyó en el escenario ideal para que el escritor en ciernes afianzara su devoción por ese aire, a veces melancólico, que, como el tango, también se baila. Recordó, entonces, sus tiempos en Barranquilla donde fraguó gran parte de la arquitectura que edificaría a mediados de la década del sesenta. Porque en esta ciudad caribeña tuvo mucho contacto con la bolerística cubana que aprendió al pie de la letra gracias a su elefantiásica memoria. Esto dijo, años después:
«Yo llegué a admirar tanto a Bienvenido Granda, que siempre he creído que yo me dejé el bigote para toda la vida, por Bienvenido Granda, que lo llamaban el Bigote que canta, y en México, en los momentos de su gran apogeo, yo usaba el bigote muchísimo más grande, y más poblado que ahora, y me llamaban los compañeros de trabajo el Bigote que escribe. Conocí a Bienvenido en el Teatro Blanquita y donde quiera que se presentara lo seguía. Ya era un hombre mayor y continuaba teniendo ese chorro de voz, tan extraordinario. Eran épocas de mis malos tiempos en México, cuando escribía Cien años de soledad.
La referencia para mí siempre fue la de Bienvenido». (García Márquez, revista citada). En México, Gabo consolidó su gusto musical por el bolero. Del género protagonista de esta nota y su relación con el escritor, quedó el testimonio de la cantante peruana Tania Libertad, invitada especial a las celebraciones que organizaba el Nobel en ciudad de México.
«Me preguntaron una vez cuál era la canción favorita de Gabo y yo dije: Nube viajera. Se trata de un hermoso bolero que siempre le canté en sus fiestas, en su cumpleaños, en su casa».
Pero la pasión de Gabo por el bolero no se reduce a Nube viajera, del mexicano Jorge Macías, autor de la letra que tanto cautivó al prestidigitador. El siguiente testimonio es del poeta y periodista cubano Raúl Rivero Castañeda, quien escribió para el diario El Mundo, de España, lo siguiente:
«Yo lo escuché entonar el bolero Usted en un cabaret de Santo Domingo, en el verano de 1979. Lo acompañó un conjunto local, un ventú, que lo seguía leal y desacompasado. El locutor lo había presentado como el cantante colombiano Gabriel García. Al final, lo aplaudieron hasta la locura el poeta Pedro Mir, el ensayista Manuel Maldonado Denis y otros intelectuales que estaban en su mesa. El público, que nunca identificó al bolerista con el escritor, lo despidió con una armoniosa mezcla de indiferencia y abucheos».
*Periodista, docente y Magíster en educación de la Universidad Autónoma del Caribe. Tres veces ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.