«Una vez descartado lo imposible, lo que quede, aunque sea improbable, será la verdad».
—Sherlock Holmes, ‹El signo de los cuatro› (1890)
Aquella manida frase, característica de la jerga detectivesca: «elemental, mi querido Watson», se le atribuye erróneamente a la pluma de Sir Arthur Conan Doyle, concretamente a su mítico detective, quien fue y sigue siendo fuente de entretenimiento e inspiración para millones de lectores y escritores en todo el mundo.
Arthur Ignatius Conan Doyle, médico de profesión, nació un 22 de mayo de 1859 en Edimburgo, Escocia (Reino Unido) y su vida se caracterizó por una inquebrantable voluntad frente a las más abyectas dificultades, superando circunstancias de penurias y escases, hasta convertirse en un escritor exitoso y adinerado. Su más grande creación, el detective caballero Sherlock Holmes, lo catapultó a la fama mundial siendo a la vez una bendición y una maldición para su autor. Y es que Sherlock Holmes es tan inmortal como Hamlet o Don Quijote, a quien se le atribuye que Conan Doyle adoptara para sus personajes de Watson y Holmes la figura del caballero errante que va, con su fiel escudero, resolviendo entuertos (en este caso, crímenes) para hacer justicia según los ideales caballerescos. Aunque, sin duda, Miguel de Cervantes no fue su única influencia.
Hablar de Sherlock Holmes nos remite a la fuente principal, al inventor no solo del género policíaco, sino también del detective caballero Edgar Allan Poe (1809 - 1849). Poe, en su célebre relato ‹Los crímenes de la calle Morgue› (1841), presentó por primera vez al cerebral Aguste Dupin, el cual es acompañado por un amigo —el narrador de la historia— en la resolución de un crimen atroz que en apariencia es imposible de resolver (lo que se conoce en el argot detectivesco como «el enigma de la habitación cerrada»). Es indudable que Conan Doyle se basara en el relato de Poe y que se inspirara en Dupin para perfilar a su mítico Sherlock Holmes (a quien tenía previsto apellidar Sherrinfordes), así como en la manera de contar las historias enfocadas desde el punto de vista del doctor John Watson, quien haría las veces de amigo y cronista del detective. Inclusive, el primer relato que protagoniza Holmes es, precisamente, sobre un crimen cometido en una habitación cerrada: ‹Estudio en escarlata› (1887).
Sin embargo, la figura y los métodos de deducción analítica de Holmes se basarían en una figura de carne y hueso, en su mentor y profesor de medicina, Joseph Bell (1837 - 1911) —precursor de la medicina forense—, quien formaría a Conan Doyle en el tratamiento de los pacientes basándose en la relación deductiva de los análisis médicos (los «hechos») y no en las erróneas conjeturas que se podían derivar de sus síntomas («Usted ve, pero no observa», diría Holmes). Esta sería, casualmente, la premisa detectivesca del mordaz personaje Gregory House, en la serie de televisión Dr. House de los años 2000.
Ahora bien, ¿qué tiene de especial Sherlock Holmes para que guste tanto? Al principio, como un derivado de Aguste Dupin, Holmes se presentaba como un detective alto, delgado, frío, irónico, ingenioso e intelectualmente inquieto. Un excéntrico que rayaba a veces en la pedantería que caracterizaba a los bachelors (los caballeros solteros) de la era victoriana de finales del siglo XIX. Jamás tuteó a Watson, pese a reiterarle que era su mejor —y acaso único— amigo. Algo similar ocurrirá entre el racional Sr. Spock y el capitán Kirk en la serie de los años sesenta Star Trek (que, a decir verdad, es un alter-ego futurista de Holmes).