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Por Adolfo Ceballos

«En su país de hierro vive el gran viejo
bello como un patriarca, sereno y santo.

Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo
algo que impera y vence con noble encanto».

Rubén Darío

A primera vista, la imagen de Walt Whitman es la de un anciano sosegado y taciturno. Sus penetrantes ojos claros atraviesan los antiguos daguerrotipos y se clavan en la mirada del observador. Su profusa barba canosa, su semblante apacible pero inquisitivo, reflejan la actitud crítica y sensible de un poeta que es considerado uno de los más grandes de Estados Unidos. En palabras del escritor D. H. Lawrence, Whitman fue «el mayor artista de la delicadeza, del matiz, la sutil evasiva, la dificultad hermética, y, por encima de todo, de la originalidad canónica». Y es que sobre la obra de Walt Whitman se han hecho numerosos estudios debido a su contribución a la poesía postmoderna, la cual trascendió las fronteras de su país de origen para ocupar un sitio de honor en la literatura universal.

Hijo de Walter y Louisa Van Velsor Whitman, el joven Walt nació un 31 de mayo de 1819 en West Hills, Nueva York (en la isla de Long Island); y su infancia estaría marcada por la pobreza y las penurias de una familia típica de cuáqueros con nueve hijos que mantener, en momentos en los que Estados Unidos llevaba poco más de 40 años como país independiente de la corona británica. Tras culminar sus estudios escolares, Whitman empezó a trabajar en diversos periódicos y semanarios donde revisaba contenidos, hacía críticas literarias y escribía editoriales. Esa fue la época en la que publicó sus primeros versos.

Posteriormente, en 1861, estalla la guerra civil norteamericana que duraría cuatro años. Ante la devastación y los horrores del conflicto, Whitman renunciará a los llamados patrióticos y libertarios que había proferido al inicio de la guerra y, conmovido por los heridos y mutilados, se radicará en Washington para enlistarse como enfermero voluntario en los hospitales militares. Esta experiencia marcará el resto de su vida y su obra poética: el patetismo de la guerra, el horror lacerante marcado en carne viva en los cuerpos y almas de los jóvenes que pelearon en ella (la mayoría de ellos, analfabetos campesinos), determinaron la sensibilidad lírica de Whitman en obras como Memorias de la guerra (1864); Redobles de tambor (1865); y en la muy célebre ¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! (1866), con motivo del asesinato del presidente Abraham Lincoln (a quien admiraba profundamente), y que el fallecido actor Robin Williams haría popular en la película La sociedad de los poetas muertos (1989).

El portento de Whitman radica en la contundencia emotiva de su poesía, la cual, en la década puritana de 1860, rompe no solo con la tradición europea de la lírica imperante (simbolista y en verso) sino también, estéticamente, con la temática que aborda. En la obra de Whitman existe un adanismo vital que concibe la libertad absoluta del hombre por encima de las imposiciones de la civilización; siendo concebida como una forma de gobierno universal (esto es, la fraternidad humana como verdadera medida de la construcción social entre congéneres). Por lo que, libertad, sensualidad humana y civilización, se complementan para dar forma al ‹hombre vital›.

En palabras del escritor Manuel Vilas en Whitman «el mundo fue creado para la humanidad entera, para su felicidad inconmensurable. Entendemos entonces que nosotros, que cualquier hombre, cualquier ser humano, puede hablarle al mundo». Y eso hace Walt Whitman en Hojas de Hierba (1855), su obra maestra que le tomaría toda la vida pulir y reescribir. En ella, Whitman desborda vitalidad desde un «yo mismo»—un myself— que no es usado como recurso literario, sino como la visión humanista (y universal) de un espíritu libre que nos muestra a ese Estados Unidos incipiente a través de unos versos cargados de fuerza y simplicidad. Es Whitman, representando a la humanidad, quien nos habla desde un «yo» que abarca la vida de cualquier ser humano, que intenta comprender la realidad de manera absoluta, privada de límites o condiciones, y que no puede ser eclipsada por la religión, la moral, la política, ni las convenciones de la propia literatura. Como afirma Whitman en uno de sus poemas más célebres, Canto a mí mismo: «Divino soy por dentro y por fuera, y santifico todo lo que toco y me toca».

Cuando Hojas de Hierba sale a la venta, crea revuelo dentro y fuera de los círculos literarios; no en balde numerosos críticos la tildaron de escandalosa, inmoral... y hasta de obscena. Whitman rompe con los dogmas y tabúes de la época, lo que le valió —en principio— el repudio de su propio país, pero que con el paso de los años le mereció el reconocimiento de los intelectuales de su tiempo (Oscar Wilde, R. Emerson, W. Longfellow).

Ni siquiera su vida privada estuvo exenta del escrutinio público, y era un secreto a voces que su sospechosa soltería se debía a su orientación sexual. ¿Verdad o difamación? Nunca se sabrá. Y es esa aura de misterio que envuelve al poeta de barba blanca y sobrero ancho, lo que contribuyó a engrandecer su estatus de figura mítica.

A partir de allí y de las sucesivas reediciones —y ampliaciones— de Hojas de Hierba, Whitman se hace un lugar en la poética estadounidense: se convierte en la voz y el alma de América; lo cual le permite acceder a mejores trabajos como redactor, docente, conferencista; hasta que en 1866, y por recomendación de algunos amigos, consigue trabajar de planta como funcionario del gobierno, lo cual le permitió solventar sus carencias económicas y dedicarse a componer sus versos (mientras reescribía sus Hojas). Finalmente, agotado por las afecciones de la época: neumonía (o quizá tuberculosis), fiebres altas y afecciones cardiovasculares, Walt Whitman muere en marzo de 1892, a la edad de 73 años, dejando un legado poético de gran calidad y vibrante prosa que hoy día —al conmemorarse 200 años de su natalicio— es referente obligado para poetas y escritores de todo el mundo. Se dice que, al morir, su cuerpo fue visitado por más de mil personas y que el ataúd con sus restos quedó sepultado primero por la cantidad de guirnaldas y arreglos florares que arrojaron sobre él. Murió soltero y sin hijos.

* Magister en Educación, conferencista y escritor.