Por Pilar Quintana
A principios de 2018 comencé a ver en redes sociales unos anuncios que invitaban a las escritoras colombianas residentes en el país a participar, con una novela inédita, en el Premio de Novela Elisa Mújica. Aun cuando en ese momento no tenía una novela inédita sentí curiosidad y seguí el enlace.
En la página del Instituto Distrital de las Artes, patrocinador del premio, leí que este se concebía como «un homenaje a Elisa Mújica, una de las escritoras colombianas más destacadas del siglo XX, de quien en enero de 2018 se conmemoran cien años de su nacimiento».
¿Elisa Mújica, una de las escritoras colombianas más destacadas del siglo XX? Quedé perpleja. ¿Si esto era verdad cómo es que yo, escritora colombiana nacida en el siglo XX, nunca antes la había oído mencionar.
Puse su nombre en el buscador de Google.
Tal vez Elisa Mújica no había sido tan destacada como nos querían hacer creer y por eso yo no la conocía. Tal vez en su tiempo había sido una escritora desconocida o menor y ahora —porque este es el siglo de las reivindicaciones— la querían rescatar.
En Google había numerosas entradas sobre ella: aparecía en revistas, periódicos, páginas académicas e incluso en Wikipedia en español y en inglés. La información de Wikipedia no era extensa, pero servía para darme cuenta de que había tenido una carrera larga y brillante. Tras una breve inspección aprendí que escribió novelas, cuentos, ensayos, crónicas, libros infantiles, crítica literaria, columnas de opinión y entrevistas, que su obra fue vasta, que la elogiaron grandes autores, que en 1962 obtuvo por su novela Catalina una distinción en el premio Esso, que trabajó en El Tiempo y El Espectador, que tuvo un programa en la Radiodifusora Nacional, que perteneció a la Academia Colombiana de la Lengua —fue la primera mujer en hacerlo— y a la Real Academia Española.
Me dieron ganas de leerla, pero sus libros eran difíciles de conseguir. Ninguno se había convertido en clásico, como Cien años de soledad o El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez. Ninguno era de lectura obligatoria en el colegio, como La rebelión de las ratas, de Fernando Soto Aparicio, o El Cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón. De ninguno había ediciones actuales en librerías ni traducciones, como sí de La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio, o de La tejedora de coronas, de Germán Espinosa.
Todas esas obras, publicadas en la misma época que las de Elisa Mújica, seguían vigentes. De ella, en cambio, en papel, solo se habían reeditado su libro infantil más conocido, La expedición botánica contada a los niños, y hacía veinte años su destacada novela Catalina. Pero esta última ahora estaba otra vez descatalogada.
Había una reedición póstuma de Bogotá de las nubes, su última novela, en una colección digital de la Red de Bibliotecas Públicas de Bogotá, y una antología de la Universidad Industrial de Santander que reunía algunos de sus cuentos. Sus libros, salvo estos dos que estaban gratis en formato pdf en internet, se habían perdido y no existían más que en los anaqueles de las bibliotecas públicas y posiblemente en algunas librerías de viejo.
¿Merecían ese destino? ¿Será que no eran tan buenos como los de sus contemporáneos y por eso la implacable ley de la selección natural de la literatura los había descartado?
Su literatura es una ventana que da al interior de las casas del siglo pasado y por la que podemos asomarnos para contemplar en todo su horror las vidas de las mujeres sometidas a sus maridos o a la idea de que el matrimonio y los hijos son su fin; a las que trabajan y tienen que esconderse para amamantar; a las que luchan por conseguir un hombre que las valide y dé sentido a sus vidas; a las que no lo consiguen y se quedan solteras en un mundo que las considera inferiores.
«Era una lástima no ser alta. Mi pequeña estatura me quitaba importancia», dice Catalina y a través de ella y de todos sus demás personajes vi la injusticia, la soledad, el dolor, la frustración, la vergüenza y, sobre todo, el lastre tremendo del deber ser de una mujer: «La verdad era que no deseaba portarme sino de acuerdo con lo que se esperaba de mí. Ir contra la corriente me destrozaba».
Mújica no solo presentó un retrato de las mujeres como víctimas sino que les otorgó toda su dignidad de seres humanos con matices y contradicciones, unas veces libres y desafiantes y otras como agentes o guardianas del sistema que las oprime.
¿La literatura de Elisa Mújica era femenina? Sí, tuve que aceptarlo. ¿Y fue eso lo que la hizo desaparecer? Creo que casi nunca hay respuestas únicas o concluyentes para ningún tema, pero me parece que en su época los asuntos de las mujeres —sus vivencias y preocupaciones— eran vistas más que ahora bajo una lente de desprecio, como asuntos menores, y que ese prejuicio y esa condición pudieron contribuir para que sus libros se fueran relegando.
En la misma medida, sin embargo, pienso que el hecho de que su literatura fuera femenina fue justo lo que la hizo singular y grande, lo que la distinguió entre las obras de sus contemporáneos, hombres o mujeres, y de nuevo despertó el interés por sus libros y la trajo de vuelta a nuestro tiempo, en esta nueva edición de Catalina, ojalá para quedarse, no porque haya que hacer un «tributo de admiración a la mujer colombiana», como anotó el jurado del Premio Esso al recomendar la publicación de la novela, aunque le dio el primer lugar a Detrás del rostro, de Manuel Zapata Olivella, no por deferencia ni cortesía con una mujer escritora, sino en derecho. En derecho porque las vivencias y preocupaciones de las mujeres son las de la otra mitad de la humanidad y Elisa Mújica supo hacer literatura con ellas. Buena literatura.
*Fragmento del prólogo de la reeditada ‹Catalina›, de Elisa Mújica. Cortesía Penguin Random House Grupo Editorial (Alfaguara).