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Cien años de soledad —desde la primera lectura— me enseñó a reconocer las huellas de la identidad, mostrándome que debíamos dar el paso hacia el ser auténtico, sin importar que tuviéramos que ‹pelar el cobre›, entendida esta frase en el sentido de develar nuestras carencias y caídas. Como todos sabemos, la identidad es una construcción sociocultural que resulta de los intereses y esencias que nos determinan, tanto positiva como negativamente. En la identidad están nuestras fortalezas y potencias, pero también nuestras grietas y vacíos.

En una ya famosa entrevista que le hace por televisión Ernesto McCausland a García Márquez, este dice: «Cualquiera que haya leído uno de mis libros se da cuenta de que yo no me he ido, o si me he ido, no he logrado cortar el cordón umbilical. Es que yo no me he ido nunca, otra cosa es que viva en otra parte, pero uno se va cuando se desarraiga. Y yo que hubiera querido, la verdad es que no he podido desarraigarme —no del país, no— del Caribe mismo. Lo que pasa es que yo hace tiempo dejé de preocuparme por eso. Hubo una época en que se consideraba una traición no vivir en Colombia. Y yo tenía siempre una respuesta: «En cualquier lugar del mundo donde esté, yo estoy escribiendo una novela colombiana».

Y luego insiste: «Tengo la impresión de que los viajes y los lugares en que he estado no han influido para cambiarme para nada. Yo soy tan crudo como cuando estaba en Aracataca. Otro problema es un proceso de culturización que es elemental y que se enriquece, por supuesto, con los viajes y con el conocimiento de otros mundos y de otras personas. Pero los elementos básicos de las cosas que yo escribo los tenía a los diez o los doce años en la Costa. Y la influencia del vallenato, no hay ninguna duda, toda la influencia de la cultura popular caribe la tengo yo desde mis primeros años. Creo inclusive que es al revés, son la escuela y la universidad las que tienden a tergiversar, desvalorizar y devaluar esos signos de la cultura popular».

Como se ve, García Márquez exalta su identidad aunque considere que muchas cosas deberían cambiar, como se puede leer en «Yo hubiera querido desarraigarme», porque sabe que en ese modo de ser identitario expresado a través de los Buendía y los habitantes de Macondo, muchas cosas deberían cambiar. Quizás por eso mismo, Macondo es destruido en el capítulo final por un huracán apocalíptico, porque personas como los Buendía y los macondinos, incapacitados para amar, son «estirpes condenadas a cien años de soledad» que «no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».