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En un patio 'sabrosón' de una casa tradicional del barrio Paraíso, como gusta llamarle el administrador de empresas Juan José Echeverría, cuelgan de lado a lado algunas cadenetas de color verde y amarillo que se ondean con la brisa decembrina. Un parlante portátil amplifica el son de la canción El negro y Ray, mientras Juan José, natal de Sabanalarga (Atlántico), se mece e inicia la historia de un emprendimiento con el que él, junto con el profesional de la gastronomía Jair Pacheco, han descubierto el verdadero significado de la resiliencia y la persistencia.

Estos jóvenes, que hace cinco años sostienen una amistad, tienen algo en común: pasión por la gastronomía del Caribe. Y fue ese interés en común lo que los llevó a sentarse un día cualquiera, en el año 2018, a ‘botar’ ideas que fueron útiles para crear un negocio que rescatara la cultura culinaria de nuestra tierra.

'Al principio pensamos en trasladar ese pensamiento inicial a la elaboración de productos modernos que rompieran los esquemas conceptuales, eso sí, siempre respetando la tradición cultural en cuanto a sabores. Es decir, cuando alguien probara alguno de nuestros productos, en el paladar explotaran todas las emociones que evocaran a la mamá y a la abuela'.

Luego de varias pruebas, el negocio —aseguran— vio la luz en forma de isla, en un centro comercial, ubicado en el norte de la ciudad. Iniciaron ofreciendo fritos hechos en olla air fryer, así como jugos en los que mezclaban varias frutas, y que llamaban con algunos nombres de barrios tradicionales de Barranquilla y centros comerciales. 

Para Jair la apuesta de los dos 'innovó el concepto de frutera, ofreciendo confianza en el tratamiento de los productos' y en las condiciones de salubridad. Este nació con el nombre Del barrio, cuya identidad buscaba 'llamar las raíces de dónde venimos, haciendo tributo a la idiosincrasia del barranquillero, a la persona que viene del barrio, al Caribe y al costeño que se entiende con los vecinos y que lo disfruta'.

Luego de tener claridad de todo lo anterior, de empezar a poner en marcha su negocio y de que transcurriera aproximadamente un año, un hecho fortuito, que prendió en fuego gran parte del centro comercial donde se encontraba el punto de los dos, puso en pausa el sueño de continuar en su emprendimiento.

'Las llamas no dañaron la isla, pero en la zona en la que se encontraba alcanzó a llegar el agua de los bomberos y esto terminó afectando. De hecho, a raíz de la situación, esa área estuvo cerrada por un tiempo, así que duramos entre tres a cuatro meses sin abrir. Todo esto nos llevó a enfrentar un proceso largo, entre lo que se podía o no hacer, quién respondía, en fin (...) Cuando analizamos la situación pensamos en que habíamos tenido tanta fe en el proyecto y de un momento a otro verlo pausado fue muy duro para nosotros. Fue como un baldado de agua fría'.

A pesar de dicha situación, y teniendo clara la esencia de los dos, se pusieron a la tarea de levantarse y conseguir el apalancamiento financiero de un préstamo para sobrevivir en ese tiempo y coger fuerzas para levantar nuevamente el negocio en el mismo centro comercial.

'Después de que el negocio volvió a arrancar, aproximadamente durante ocho meses, nos topamos con la coyuntura de la pandemia, viéndonos obligados una vez más a cerrar. Cuando analizamos la situación y el escenario en general, nos pusimos a pensar y a reimaginar nuestro negocio. Fue así como nos preguntamos qué podíamos ofrecerle al público, de qué forma, teniendo en cuenta las leyes que el Gobierno iba decretando'.

A partir de ese suceso Jair, jefe gastronómico, y Juan José, al frente del área administrativa y comercial, sacaron de la ‘gaveta’ una idea que en su momento habían contemplado, pero cuya materialización veían lejana. Se trataba de montar un centro de producción que, luego de varias conversaciones con amigos y allegados, decidieron hacer realidad.

Es así como abrieron dicho proyecto en una casa del barrio Paraíso, donde opera su cocina oculta y donde despachan sus productos, mediante plataformas como Instagram, WhatsApp, IFood y Rappi.

'En agosto, cuando llegamos a la casa, nos dedicamos a adaptar todo, principalmente el área de la cocina y todas las normas de bioseguridad. Esto fue posible gracias al apoyo que nos brindó la Fundación Mario Santo Domingo, con la aprobación de un crédito financiero'.

En la actualidad cuentan con 12 personas colaboradoras, que se dividen entre cocina, envíos, aseo y proveedores directos e indirectos. Dentro de su oferta, además de ofrecer fritos y jugos de frutas, está el plato insigne del lugar: pollo en salsa de corozo, así como sobrebarriga asada, mote de queso, sancocho de costilla, arroz de camarón y posta cartagenera, entre otros.

Aunque son conscientes de la situación actual y de la incertidumbre que hay en cuanto a lo que vendrá, se visionan continuando con la distribución de sus productos y, cuando la realidad lo permita, abriendo un punto físico para el público.

Visión y persistencia

Para ser emprendedor Jair y Juan José coinciden en que lo primero que se debe tener es un horizonte y una meta clara porque 'en el camino habrá muchos tropiezos'. 

'Esos tropiezos son importantes porque nos llevan a reimaginarnos para ser mucho más fuertes. Es necesario que como emprendedor se tenga la berraquera para no arrugarse en medio de las adversidades, después de todo son aprendizajes que nos llevan a tomar decisiones para seguir adelante', dice Juan José.

Los dos sintetizan en que el amor y la pasión son ingredientes esenciales para persistir y luchar por los sueños. Agregan que la resiliencia es la palabra base para todo, pues es así como hoy reciben los frutos de su perseverancia.

Sobre los emprendedores

Juan José Echeverría disfruta aquello que gira alrededor de la cultura y las ramas de las artes. Se siente 'bacano' cada vez que escucha buena música, ve alguna película, aprecia el atardecer en la playa, y comparte con su familia y amigos. Respecto a Jair, él se declara amante a innovar y a crear preparaciones gastronómicas, además de degustar un buen plato de comida.