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Rosangélica Barroeta tenía 19 años cuando sintió que el mundo se le venía encima. Tocó fondo por dos sucesos que marcaron su vida. Por un lado lidiaba con la separación de sus padres y por otro luchaba con la idea de que su pareja —con quien tenía un compromiso— había decidido marcharse.

Las dos situaciones en conjunto generaron en ella un desequilibrio emocional que luego la llevó a refugiarse en el entrenamiento físico. Su salud mental empezó a afectarse a tal punto de obsesionarse por lograr, sin medir las consecuencias, un cuerpo 'perfecto' y esbelto.

'Además de las largas jornadas de ejercicios a las que me sometía, empecé a restringirme los alimentos y a hacer dietas fuertes; después pasé a tomarme a diario cinco pastillas de laxantes. Al ver que iba bajando de peso, opté por inyectarme quemadores de grasa hasta que mi porcentaje de grasa llegó a un 3%. En el primer mes bajé más de 15 kilos y esto prendió las alarmas en mis padres, quienes enseguida me manifestaron que lo que me estaba pasando no era normal y que necesitábamos buscar ayuda'.

Al consultar a un internista el diagnóstico que recibió fue anorexia nerviosa. Frente a este dictamen médico experimentó negación.

'Yo me obsesioné tanto que llegué a pensar que hasta el agua me podía engordar. Todo fue una avalancha de emociones. Al caer en la anorexia nerviosa mi mamá me pesaba a diario y me obligaba a comer, sin embargo, nada de eso hacía. Fue una enfermedad que tocó a mi puerta y que pensé que podía controlar'.

Con 1.65 cm de estatura llegó a pesar 32 kilos. Su cuerpo perdía masa muscular, sus huesos eran cada vez más notorios, su piel lucía en un tono amarillo, la debilidad era constante, su cabello era mucho más escaso, los escalofríos eran recurrentes y su periodo menstrual tuvo un retraso de un año y medio. Esta realidad fehaciente surtió un efecto mucho más directo en sus padres, quienes decidieron internarla.

'En ese momento empecé a inducirme el vómito porque en el hospital me obligaban a comer y me ponían suero. Entonces, cada vez que me dejaban sola aprovechaba para vomitar en bolsas que luego escondía para que nadie las viera. Así que en vez de mejorar lo que estaba era retrocediendo. Recuerdo que una de mis doctoras me decía que yo estaba más del otro lado que de este y que era imposible que tuviera hijos'.

Ronsangélica, de 27 años, agrega que a pesar de que en aquel suceso consultó a muchos especialistas, la solución no la encontró. Bastó con que un día, desesperada y decidida, se sentara con sus papás, los mirara a los ojos y les 'hablara con el corazón', prometiéndoles que por sí sola haría lo posible para salir de la enfermedad, trabajando desde su interior.

'Cuando mis papás me sacaron de la clínica llegué a mi cuarto, me quité la ropa y empecé a llorar como una niña. Al pararme frente al espejo me di cuenta cómo se me salían los huesos. En ese momento le pedí a Dios que me ayudara y empecé a hablar con Él, manifestándole el dolor y el vacío que sentía. Me refugié en mi fe'.

Después de ese encuentro místico decidió superar su diagnóstico, pasó a vivir otro proceso que, para ella, fue complejo, pues 'la anorexia es una enfermedad mental en la que se lucha consigo mismo'. Al transcurrir un año más la venezolana logró librar la difícil batalla. En ese lapso conoció a César González, quien hoy día es su esposo. Él, cocinero y amante de la buena comida, la ayudó a reconciliarse con los alimentos.

'En ese trabajo mental y de crecimiento personal pude encontrarme a mí misma y perdonarme. Luego me formé en coaching de vida para entender muchas cosas que me habían pasado y también hice cursos de nutrición para aprender (...) En 2015 empecé una relación con César y me fui a vivir a Estados Unidos. En una de nuestras conversaciones me recomendó que abriera un Instagram para que compartiera mensajes con la gente porque él sabía que me gustaba escribir, así que accedí'.

Luego de hacer las publicaciones de esas frases inspiradoras, le apuntó a mostrar su rostro, esto con el fin de que la gente se conectara con ella. Más tarde vio cómo creció la receptividad de sus seguidores y cómo, al tiempo, se presentó la oportunidad de ser mamá, desvirtuando lo que un día, en medio de su enfermedad, le habían dictaminado. Esa nueva ilusión cortó de raíz la ingesta de laxantes, lo único que le había costado eliminar.

'Cuando me hice la prueba y vi que había salido positiva me puse muy feliz porque yo había perdido las esperanzas de ser madre. Hoy día soy mamá de dos hermosas niñas: Isabella y Alaia (...) Con mi Instagram decidí que quería llegar a muchas personas, sobre todo a quienes han enfrentado momentos difíciles porque sé lo que es vivir en tristeza'.