Mientras el mundo espera con gran expectativa el encuentro previsto para hoy entre los presidentes de EEUU, Barack Obama, y Cuba, Raúl Castro, el primero entre mandatarios de los dos países en 50 años, en La Habana la famosa cita se vive con un entusiasmo contenido que podría ser confundido con indiferencia.
La tónica general de varios cubanos consultados es que el encuentro en Panamá puede resultar positivo para dar un impulso a las relaciones comerciales entre los dos países. Pero, a la pregunta de si esperan que cambie 'otras cosas', enseguida se ponen en estado de alerta y responden que los países no deben interferir en los asuntos internos de otros.
Gonzalo Iglesias, cocinero de un restaurante en el sector turístico de La Habana, a poca distancia del hotel Nacional, opina que un mejoramiento de los lazos con Estados Unidos ayudará a que los cubanos ya no tengan que importar productos 'de lejos' que 'valen cuatro veces más de lo normal', pudiendo hacerse desde Estados Unidos. Pero dice, eso sí, que dicha relación comercial no significa que Cuba vaya a cambiar su modelo. 'Cada país es dueño de su destino y no de lo que impongan los imperios', dice con el lenguaje inmutable de la revolución.
Cuenta que, con frecuencia, los turistas estadounidenses toman fotos de las viejas mansiones de la ciudad y lamentan su estado decrépito pero, según Iglesias, 'los edificios están así por culpa de ellos, del embargo al que nos han sometido'. A la pregunta de si hace alguna autocrítica, se queda pensativo y dice: 'Bueno, todo se puede mejorar en este mundo. No solo los países, también las personas, las familias…'
Juan Aguilera, conductor del Servicio Nacional de Salud, considera que la cita de hoy es 'una cosa muy buena', puesto que 'va a haber por primera vez una unión de los países de América', y porque Cuba 'va a participar por primera vez en la Cumbre'. Al igual que Iglesias valora el encuentro Obama-Castro en la medida que puede abrir la puerta a una mayor relación comercial.
Manuel, conductor de taxi, no escapa al anterior análisis, pero es mucho más enfático en sus elogios a la revolución. Dice que el Gobierno ha colocado a Cuba en la 'vanguardia' de las naciones, se jacta de que sus hijas pueden andar solas por la ciudad sin que les ocurra ningún contratiempo, y habla de una nueva etapa de expansión comercial en el país. 'Bueno, se venden productos autóctonos, artesanías, comida… nada de importaciones', dice. Agrega, con tono de broma, que la verdadera riqueza de Cuba son sus carros viejos que circulan por las calles. 'Mírelos, si todos esos automóviles se vendieran a los coleccionistas, le entrarían millones de dólares a Cuba', dice. Pasa junto al taxi un extraño vehículo difícil de identificar. 'Es un Lantiac', dice. Y ante la extrañeza de su interlocutor, explica que es una mezcla de un Lada soviético y un Pontiac estadounidense. 'Eso es el ingenio cubano, no creo que haya un pueblo que tenga un ingenio mayor que nosotros', alardea.
Entre tanto, la vida de La Habana seguía su curso. Los turistas acudían a la Plaza de la Revolución, algunos cubanos abordaban a los visitantes para ofrecerles desde visitas guiadas hasta 'muchachitas', y la tradicional heladería Coppelia, uno de los centros de esparcimiento más concurridos de la ciudad, bullía de gente. El encuentro Obama-Castro no parecía preocupar en la tarde soleada de ayer.
En todo caso, los cubanos que accedieron a hablar para EL HERALDO parecían algo más animados que el periódico Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista, que ayer en su portada titulaba 'Raúl ya está en Panamá', sin hacer la menor mención a su cita con Obama.