Compartir:

Gustavo Bell, embajador de Colombia en Cuba, cuenta para EL HERALDO su experiencia como uno de los tres embajadores invitados al acontecimiento histórico.

La temprana luminosidad que se percibía en el Malecón, camino a la cita que tendría lugar en el edificio que, hasta hoy fungía como la oficina de intereses de los Estados Unidos, presagiaba un calor intenso, pero jamás me imaginé que el sol sería tan despiadado como lo fue en esa hora y media en que el reloj de la historia pasó nuevamente por La Habana.

La tarjeta de invitación al acto de izada de la bandera de Estados Unidos nos pedía que arribáramos antes de las 9:00 horas y así lo hicimos. Al llegar a la puerta de entrada del edificio que da para el Malecón y para la plazoleta aquí llamada Tribuna Antimperialista, observé a cientos de personas que aguardaban expectantes este momento, algunos con pequeñas banderas cubanas, al igual que en las ventanas de los edificios adyacentes.

Cuando pensé que iba a ser sometido a una pesquisa rigurosa a cargo de los funcionarios de seguridad, una elegante joven en el mejor acento cubano me recibió y me condujo al patio donde tendría lugar la ceremonia, pero se confundió un poco cuando le pregunté por mis colegas del cuerpo diplomático, pues no había visto llegar a ninguno. La sorpresa fue para mí mayor cuando me enteré que solo cuatro embajadores habíamos sido invitados: Canadá, Suiza, el Nuncio Apostólico y este man…

Me ubicaron entonces en una segunda fila, pero a escasos metros del atril donde hablaría el Secretario Kerry y del asta que sostendría la bandera de estrellas blancas y franjas rojas y blancas. A los pocos minutos llegó el Nuncio y su asistente, con la fortuna que traía una amplia sombrilla a cuyo cobijo me guarnecí del implacable sol cubano, cosas de Dios porque no soporto una gran dosis de calor sin que se me dispare la cruel migraña…

Poco a poco fueron llegando numerosos funcionarios del gobierno norteamericano, todos como sacados de una serie de TV, muchos de los cuales hablaban muy bien español por la sencilla razón de que eran cubanos de nacimiento o emigrados tempranamente al norte. Como fue el caso de Mr. Carlos Gutiérrez, quien me tocó al lado derecho, salió de La Habana cuando tenía siete años en 1961. Nunca me imaginé este momento, me dijo, como seguro lo decían y lo siguen diciendo miles, millones de cubanos.

Mientras sudábamos copiosamente todos embutidos en vestidos oscuros ahorcándonos con corbatas, reconocí la sabiduría cubana de establecer como traje de etiqueta formal para todos los actos ¡¡¡la elegante y refrescante guayabera!!!

Como el comienzo del acto se retrasaba un poco, un septeto de cobre del cuerpo de marines, que se anunciaba como un quinteto, empezó a entonar emblemáticas canciones cubanas como El Manisero, algunas otras de Pérez Prado y la borinqueña El Cumbanchero…claro, sin el propio swing cubano.

Entre los invitados cubanos alcancé a divisar a don Eusebio Leal, (el célebre historiador de La Habana y alma de la restauración de su Centro Histórico), el cardenal Jaime Ortega y el escritor Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Acto seguido fueron apareciendo algunos congresistas norteamericanos y miembros del staff de la Secretaría de Estado, la delegación oficial del gobierno cubano encabezada por Josefina Vidal, y luego John Kerry. Todos fueron recibidos con moderados aplausos, pues quienes se llevaron la mejor andanada fueron los tres marines que en 1961 tuvieron la dura tarea de arriar la bandera de los Estados Unidos que marcó la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países.

Inició la ceremonia el encargado de negocios Jeffrey De Laurentis – quien sirvió recientemente en la embajada de Estados Unidos en Bogotá – recordando que había trabajado en La Habana en 1991 y dijo la frase de rigor …Nunca me imaginé… A continuación el poeta de padres cubanos nacido en Madrid, Richard Blanco, quien fuera elegido por el presidente Obama para acompañarlo en la ceremonia de inauguración de su segundo período en 2013, leyó un poema dedicado a ambos pueblos que hoy reiniciaban una nueva era de vecindad. Posteriormente la banda interpretó el himno nacional de Cuba y al terminar alguien de la multitud apostada un tanto lejos en el malecón gritó: ¡Viva Cuba! que fue respondido por el resto de sus compatriotas motivando la sonrisa de quienes nos hallábamos dentro de las instalaciones de la embajada.

Al mejor estilo de un alto funcionario de la administración norteamericana, el Secretario Kerry se dirigió a los invitados de manera jovial, cálida y sencilla. Habló en algunos apartes en un español bien ensayado, y dijo lo que tenía que decir…Mientras, el sol nos calcinaba sin piedad ajeno a las pequeñeces de los humanos.

Luego aparecieron tres marines jóvenes, igualitos todos, que recibieron de los veteranos de 1961 la bandera que hoy ya ondea en La Habana. A continuación el himno de los Estados Unidos y ya, cincuenta y cuatro años después…Todos a posar para la foto de rigor.

Un día histórico, sin duda, visto desde adentro de las instalaciones de la embajada. Me pregunto cómo lo verían los que estaban apostados afuera. Para un historiador un evento único, un privilegio…